miércoles, 24 de diciembre de 2014

Los diálogos de Atanasio Plavón: Filosofía, realidad e ideología


   Filosofía, realidad e ideología









    Era de día, y Atanasio caminaba por el pueblo con parsimonia. O mejor dicho: caminaba por caminar.  Apenas acababa una larga jornada de estudio y decidió refrescar un tanto las ideas con aire libre, sol vivo, y el cantar de las aves. Pasando junto a algunas vidrieras encontró que un buen amigo suyo veía con cierto desprecio algunas joyas expuestas en un negocio.

     - Atanasio: ¿Mirando lo que no gusta?

     - Martin: Atanasio, mi buen amigo. Solamente miro los frutos de una sociedad podrida.
     - Atanasio: Bueno bueno, tranquilo mi amigo. Joyas las hubo siempre, y cosas costosas también.
     - Martin: Si, pero...
     - Bueno, – dijo Atanasio interrumpiendo a Martin- que te parece si vamos a caminar un poco.
Martin accedió refunfuñando y sorbando aire con esfuerzo. Era de esa clase de personas con ideales  altos y firmes que se encolerizan con facilidad, un joven católico que si bien admite que el canto de las aves es agradable, nunca experimentó el placer de dicho canto.
     Anduvieron un poco hasta que de pronto ambos deambulantes jóvenes oyeron una conversación: “Pero, fijate, Santo Tomás dice que...”. “Si, no sé. Además San Pio X en la Pascendi dice...”. Pero entre las palabras que cruzaban aquellos jóvenes se oyó con claridad: “Alguien, no recuerdo quien, dice que el modernismo es una herejía. ¡No! Es la síntesis de todas las herejías”. Martin, a quien este tipo de conversaciones le gustaban con cierto toque de adicción intelectual, se acercó apresurado, inquieto.
     Sepan disculpar -dijo Martin- que me cruce de este modo en la conversación. Pero oí que hablan del modernismo y las herejías, y no puedo resistir las ganas de cruzar palabras con ustedes sobre el tema.
Los dos desconocidos jóvenes, al principio con cierto gesto de sorpresa un tanto despectiva, admitieron con extrañeza en la conversación a Martin y a Atanasio. El primero de aquellos jóvenes era alto, rubio y de ojos celestes opacos. Manifestaba cierto orden casi alemán en su peinado y vestimenta. Aunque su mirada altanera era más alemana que su peinado. El otro joven era más bajo que aquel, de pelo marrón y casi rubio al sol, de ojos marrones y un poco menos prusiano en la vestimenta que el joven rubio.
     - Martin: él es Atanasio y yo soy Martin. Espero no les moleste que participemos de su charla. ¿Qué es lo que hablaban sobre el modernismo y las herejías?
     Creo que antes debemos presentarnos -dijo el joven rubio con cierto tono ceremonial- . Mi nombre es Anselmo, y él es Agustín.  Somos estudiantes de filosofía y charlábamos sobre la mayor de las herejías. Sobre la terrible desviación moderna del catolicismo. Sobre la pérdida de la sacralidad. Sobre... la llegada de la libertad – anticipó Atanasio -. ¿Cómo dijiste? -intervino Agustín escandalizado hasta las venas-. Así es, hablan sobre la llegada de la libertad al catolicismo. ¡Pero qué es lo que decis! - afirmó el joven prusiano igualmente escandalizado -. Más que una simple proposición, la intervención de Atanasio fue un dardo para sus oyentes.
     - Atanasio: ¿Que qué es lo que digo? Digo simplemente que el modernismo participa de libertad. Como el catolicismo tiene algo en común con las herejías, o mejor, que las herejías participan de algo católico.
     - Martin: ¿Pero qué locuras decis Atanasio? El catolicismo es la religión verdadera... como es que decis...
     - Anselmo: Perdón, ¿pero sos protestante? ¿O tal vez judío? De seguro que lo es -agregó casi susurrando su compañero-.
     - Atanasio: Soy católico, sí. Pero lo que dije no lo dije en cuanto católico, sino que lo dije en cuanto filósofo.
     - Anselmo: Una herejía es lo que estás diciendo ahora. No sé si es peor decir que las herejías son católicas o que el catolicismo es una herejía -dijo el joven rubio con una risa forzada-.
Agustín: Deja ya Anselmo, ya sabes como son los modernistas... -dijo el otro levantando una ceja con gesto altanero-
     - Atanasio: De hecho, jamás dije que el catolicismo es una herejía ni que las herejías sean católicas. Sólo basta una simple proposición para hacer arder los oídos de aquellos que dicen ser filósofos, o hacen gala de tal título, cuando en verdad no lo son. Porque precisamente es ese ardor en los oídos, lo que muestra la falta de espíritu filosófico. Se jactan de conocer, y de conocer ciertas doctrinas más o menos coherentes. Se jactan de ser sabiondos por colocarse en un molde aparentemente acabado, acertado, sin matices. Son incapaces de ver que la realidad tiene tonos grises, amén de los blancos y negros por los cuales ustedes marchan a la batalla. Se dicen filósofos, sabios, cuando en verdad sólo atienden a las palabras de otros, dejando su entendimiento y su razón empolvados en un rincón oscuro, olvidado. El filósofo y todo hombre sensato sólo tienen una autoridad fundamental: la realidad. La cual sólo contesta en la medida en que es consultada. Se resguardan en la doctrina “recta” del Angélico, y olvidan que si su doctrina es recta lo es en virtud de que antes preguntó a la realidad. Santo Tomás fue tal no en virtud de que era tomista, sino en virtud de que era realista. Fue vituperado por leer comentaristas “inortodoxos”, considerados infieles musulmanes por sus coetáneos. Santo Tomás leía a los herejes, porque incluso los herejes podían tener un atisbo de verdad. La realidad, como el sol, no hace excepciones: a todos puede iluminar, a todos puede hablar. A todo aquel que toque a su puerta, ella le recibe.
     El modernismo trajo libertad al catolicismo. Lo liberó de los dogmas, lo liberó de la Tradición, lo liberó de su sano realismo. Todas y cada una de las herejías tienen, al decir del gran Chesterton, una y un millón de virtudes... que se han vuelto locas. Y se volvieron locas porque propusieron el divorcio: la misericordia traicionó a la justicia, le fue infiel y se marchó. La caridad abandonó a la verdad, la dejó a su suerte. La justicia abandonó a la religión, ya no mira a Dios. La fortaleza repudió a la prudencia, y fue exaltada a la vez que apedreada. Y ustedes son tan modernistas como Loisy o Renan: porque olvidaron que la realidad es la sanidad del catolicismo. La realidad es la madre del catolicismo. Y aunque muy bien puedan sostenerlo “doctrinalmente”, aunque teóricamente consideren que la realidad es al menos importante, no dejan el país de las maravillas. No dejan de hacer de la realidad una prostituta a la que se trae para bailar cuando conviene, para luego despedirla con unos pesos en la mano. La realidad es nuestra esposa, nuestra amada, en quien el filósofo, el verdadero filósofo, se place de contemplar. Y penetrándola en sus causas es como engendra los frutos magnánimos de la sabiduría. Y todo hombre sensato, todo filósofo, para ser tal, debe asumir que sus ideas deben amoldarse a la realidad,  y no esta a sus ideas. Porque detrás de todo buen hombre hay una mujer aún mejor, y detrás de todo buen filósofo hay una realidad aún mejor.
     Jesús era tan liberal-progresista cuando despedía a la adultera, como conservador cuando expulsaba a los mercaderes del templo. Era tan zurdo cuando decía al joven rico que para seguirle debía venderlo todo y darlo a los pobres, como un derecho-monarquista cuando se proclamaba Rey ante Pilatos. Y saben porque, porque no era ninguna de esas cosas: sólo era Cristo. Vayan ustedes con sus cajones a encasillar todo cuanto vean y oigan: pero no se llamen filósofos, ni se llamen sensatos, cuando en verdad son ideólogos.

     La noche comenzaba a caer. Los últimos rayos del sol daban testimonio de aquel día en que Martin quedó perplejo por aquellas palabras que pronunciara su amigo. El cielo, teñido de destellos cobrizos, fue testigo de la mudez de aquellos dos jóvenes, que se marcharon agitando la cabeza. Aunque Agustín... Agustín miró hacia atrás.


lunes, 8 de diciembre de 2014

Más loco que una cabra


Hablando un tanto de la filosofía y del filósofo en la entrada anterior (que por cierto era la primera) seguimos un poco más con la cuestión. Y es que escarbando un poco por el Fedro, hice reminiscencia (de la cotidiana, no la platónica) de algunos fragmentos muy interesantes.

Está bien, el filósofo es un amante, ya lo dijimos. Pero para Platón la cosa no es así no más. No señor. Por que amar, en un sentido platónico, da un verdadero sentido filosófico a lo que vulgarmente se llama "amor platónico", que por cierto en su puro sentido vulgar no tiene nada de platónico. Pues para aquel caballero amar es una participación divina. Sí, así como suena. El que ama busca que el amado se corresponda tanto como se pueda con la divinidad (253 A). Amar es algo divino. Un influjo divino que regenera las alas perdidas antaño en la contemplación de la belleza imitativa. ¿Imitativa de qué? De la Belleza en sí, de aquella que mora en las alturas siendo cortejada por los dioses. Y en virtud de la cual los dioses son dioses (249 C). ¿Y quién es el que contempla en su sentido más cabal sino el filósofo? Y así contempla, movido por añoranza o melancolía de las cosas Eternas. Esto lo cual no me parece muy propio de un filósofo. No que no sea movido a contemplar por un "sentimiento", un cierto impulso natural a saber algo que le eleva de algún modo. Pero no creo que eso sea "añoranza" de algo que se olvidó como por golpe de cabeza. Más bien tiene nota de llamado, vocación, impulso en referencia presencial, no pretérita. Palabras más o menos, no nos desviemos. Aquél, el filósofo, decíamos que contempla imágenes terrenales de la Belleza celestial, que de algún modo esplenden por participación de aquella. Esto lo cual aligera el alma, hace renacer el plumaje, y lo eleva a las alturas del Ser.

Sí sí, todo muy lindo. Pero, ¿qué tiene que ver el título de la entrada con todo esto? Esto que mejor lo responda Platón:


"Pues no llegará a esta forma el alma que nunca ha visto la Verdad, ya que el hombre debe realizar las operaciones del intelecto según lo que se llama idea, procediendo de la multiplicidad de percepciones a una representación única que es un compendio llevado a cabo por el pensamiento. Y esta representación es una reminiscencia de aquellas realidades que vio antaño nuestra alma, mientras acompañaba en su camino a la divinidad, miraba desde arriba las cosas que ahora decimos que "son" y levantaba la cabeza para ver lo que "es" en realidad. Por ello precisamente es la mente del filósofo la única que con justicia adquiere alas, ya que en la medida de sus fuerzas está siempre apegada en su recuerdo a aquellas realidades, cuya proximidad confiere carácter divino a la divinidad. Y de ahí también que el hombre que haga el debido uso de tales medios de recuerdo sea el único que, por estar siempre iniciándose en misterios perfectos, se haga realmente perfecto. Saliéndose siempre fuera de los humanos afanes y poniéndose en estrecho contacto con lo divino, es este hombre reprendido por el vulgo como si fuera un perturbado, mas al vulgo le pasa inadvertido que está poseído por la divinidad.
Pues bien, llegada a este punto, la totalidad de la exposición versa sobre la cuarta forma de locura -esa locura que se produce cuando alguien, contemplando la belleza de este mundo, y acordándose de la verdadera, adquiere alas, y de nuevo con ellas anhela remontar el vuelo hacia lo alto; y al no poder, mirando hacia arriba a la manera de un pájaro, desprecia las cosas de abajo, dando con ello lugar a que le tachen de loco- y aquí se ha de decir que es ése el más excelso de todos los estados de rapto, y el causado por las cosas más excelsas, tanto para el que lo tiene como para el que de él participa". (Platón, Fedro, 249 C - 250 A)
 El filósofo, en esencia contemplativo, es un loco. Un loco sano, amante de la verdad, del saber, del ser... pero loco al fin. Que es visto como alguien "perturbado", y que Platón dice que está "poseído por la divinidad". El filósofo, el que ama y busca honestamente la verdad, participa de algo divino. Como quien dice: el que busca se hace como lo buscado. Y si lo buscado es tanto más divino... tanto más loco se volverá el buscador. Pero no se confunda, el Borda no es un hogar de filósofos. Aunque un filósofo, un hombre cabalmente libre por la verdad, pueda terminar condenado en el Borda, o condenado a beber cicuta, o reprobado por el vulgo, o silenciado o exiliado por regímenes tiránicos, porque en definitiva... está más loco que una cabra.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Filosofía primera, entrada primera






Si de un "blog" se trata, si de filosofía se trata, si de la primera entrada se trata... No puedo hacer otra cosa que tomar un texto (el texto) de Aristóteles. Texto que, por cierto, explica el porqué del titulo de este blog, y explica de qué se trata en esencia la filosofía, que más que sabiduría, es un amor a la misma. El filósofo es un amante, que reconoce no ser sabio. Amando busca, buscando encuentra, encontrando se pierde reconociendo su ignorancia:


"Puesto que andamos a la búsqueda de esta ciencia habrá de investigarse acerca de qué causas y qué principios es ciencia la sabiduría. Y si se toman en consideración las ideas que tenemos acerca del sabio, es posible que a partir de ellas se aclare mayormente esto. En primer lugar, solemos opinar que el sabio sabe todas las cosas en la medida de lo posible, sin tener, desde luego, ciencia de cada una de ellas en particular. Además, consideramos sabio a aquel que es capaz de tener conocimiento de las cosas difíciles, las que no son fáciles de conocer para el hombre (en efecto, el conocimiento sensible es común a todos y, por tanto, es fácil y nada tiene de sabiduría). Además y respecto de todas las ciencias, que es más sabio el que es más exacto en el conocimiento de las causas y más capaz de enseñarlas. Y que, de las ciencias, aquella que se escoge por sí misma y por amor al conocimiento es sabiduría en mayor grado que la que se escoge por sus efectos. Y que la más dominante es sabiduría en mayor grado que la subordinada: que, desde luego, no corresponde al sabio recibir ordenes, sino darlas, ni obedecer a otro, sino a él quien es menos sabio.
Tantas y tales son las ideas que tenemos acerca de la sabiduría y de los sabios. Pues bien, de ellas, el saberlo todo ha de darse necesariamente en quien posee en sumo grado la ciencia universal (este, en efecto, conoce en cierto modo todas las cosas). Y, sin duda, lo universal en sumo grado es también lo más difícil de conocer para los hombres (pues se encuentra máximamente alejado de las sensaciones). Por otra parte, las más exactas de las ciencias son las que versan mayormente sobre los primeros principios: en efecto, las que parten de menos (principios) son más exactas que las denominadas "adicionadoras", por ejemplo, la aritmética que la geometría. Pero, además, es capaz de enseñar aquella que estudia las causas (pues los que enseñan son los que muestran las causas en cada caso) y, por otra parte, el saber y el conocer sin otro fin que ellos mismos se dan en grado sumo en la ciencia de lo cognoscible en grado sumo (en efecto, quien escoge el saber por el saber escogerá, en grado sumo, la que es ciencia en grado sumo y ésta no es otra que la de lo cognoscible en grado sumo). Ahora bien, cognoscible en grado sumo son los primeros principios y las causas (pues por éstos y a partir de éstos se conoce lo demás, pero no ellos por los que están debajo [de ellos]). Y la más dominante de las ciencias, y más dominante que la subordinada, es la que conoce aquello para lo cual ha de hacerse cada cosa en particular, esto es, el bien de cada cosa en particular y, en general, el bien supremo de la naturaleza en su totalidad. Así pues, todo lo dicho, el nombre en cuestión corresponde a la misma ciencia. Ésta, en efecto, ha de estudiar los primeros principios y causas y, desde luego, el bien y ´aquello para lo cual´ son una de las causas.
Que no es una ciencia productiva resulta evidente ya desde los primeros que filosofaron: en efecto, los hombres -ahora y desde el principio- comenzaron a filosofar al quedarse maravillados ante algo, maravillándose en un primer momento ante lo que comúnmente causa extrañeza y después, al progresar poco a poco, sintiéndose perplejos ante cosas de mayor importancia, por ejemplo, ante las peculiaridades de la luna, y las del sol, y los astros, y ante el origen del Todo. Ahora bien, el que se siente perplejo y maravillado reconoce que no sabe (de ahí que el amante del mito sea, a su modo, "amante de la sabiduría", y es que el mito se compone de maravillas).
Así, pues, si filosofaron para huir de la ignorancia, es obvio que perseguían el saber por afán de conocimiento y no de utilidad alguna. Por otra parte, así lo atestigua el modo en que sucedió: y es que un conocimiento tal comenzó a buscarse cuando ya existían todos los conocimientos necesarios, y también, los relativos al placer y al pasarlo bien. Es obvio, pues, que no la buscamos por ninguna otra utilidad, sino que, al igual que un hombre libre es, decimos, aquel cuyo fin es él mismo y no otro, así también consideramos que ésta es la única ciencia libre: solamente ella es, en efecto, su propio fin". (Metafísica, I, 3, 982a-982b)
 Si de amar y perderse se trata: me quedo con la filosofía.