Filosofía, realidad e ideología
Era de día, y Atanasio caminaba por el pueblo con
parsimonia. O mejor dicho: caminaba por caminar. Apenas acababa una larga jornada de estudio y
decidió refrescar un tanto las ideas con aire libre, sol vivo, y el cantar de
las aves. Pasando junto a algunas vidrieras encontró que un buen amigo suyo
veía con cierto desprecio algunas joyas expuestas en un negocio.
- Atanasio: ¿Mirando lo que no gusta?
- Martin: Atanasio,
mi buen amigo. Solamente miro los frutos de una sociedad podrida.
- Atanasio: Bueno bueno, tranquilo mi amigo. Joyas las hubo
siempre, y cosas costosas también.
- Martin: Si, pero...
- Bueno, – dijo
Atanasio interrumpiendo a Martin- que te parece si vamos a caminar un poco.
Martin accedió refunfuñando y sorbando aire con esfuerzo.
Era de esa clase de personas con ideales
altos y firmes que se encolerizan con facilidad, un joven católico que
si bien admite que el canto de las aves es agradable, nunca experimentó el
placer de dicho canto.
Anduvieron un poco hasta que de pronto ambos deambulantes
jóvenes oyeron una conversación: “Pero, fijate, Santo Tomás dice que...”. “Si,
no sé. Además San Pio X en la Pascendi dice...”. Pero entre las palabras que
cruzaban aquellos jóvenes se oyó con claridad: “Alguien, no recuerdo quien,
dice que el modernismo es una herejía. ¡No! Es la síntesis de todas las
herejías”. Martin, a quien este tipo de conversaciones le gustaban con cierto
toque de adicción intelectual, se acercó apresurado, inquieto.
Sepan disculpar -dijo Martin- que me cruce de este modo en
la conversación. Pero oí que hablan del modernismo y las herejías, y no puedo
resistir las ganas de cruzar palabras con ustedes sobre el tema.
Los dos desconocidos jóvenes, al principio con cierto gesto
de sorpresa un tanto despectiva, admitieron con extrañeza en la conversación a
Martin y a Atanasio. El primero de aquellos jóvenes era alto, rubio y de ojos
celestes opacos. Manifestaba cierto orden casi alemán en su peinado y
vestimenta. Aunque su mirada altanera era más alemana que su peinado. El otro
joven era más bajo que aquel, de pelo marrón y casi rubio al sol, de ojos
marrones y un poco menos prusiano en la vestimenta que el joven rubio.
- Martin: él es Atanasio y yo soy Martin. Espero no les
moleste que participemos de su charla. ¿Qué es lo que hablaban sobre el
modernismo y las herejías?
Creo que antes debemos presentarnos -dijo el joven rubio con
cierto tono ceremonial- . Mi nombre es Anselmo, y él es Agustín. Somos estudiantes de filosofía y charlábamos
sobre la mayor de las herejías. Sobre la terrible desviación moderna del
catolicismo. Sobre la pérdida de la sacralidad. Sobre... la llegada de la
libertad – anticipó Atanasio -. ¿Cómo dijiste? -intervino Agustín
escandalizado hasta las venas-. Así es, hablan sobre la llegada de la libertad
al catolicismo. ¡Pero qué es lo que decis! - afirmó el joven prusiano
igualmente escandalizado -. Más que una simple proposición, la intervención de
Atanasio fue un dardo para sus oyentes.
- Atanasio: ¿Que qué es lo que digo? Digo simplemente que el
modernismo participa de libertad. Como el catolicismo tiene algo en común con
las herejías, o mejor, que las herejías participan de algo católico.
- Martin: ¿Pero qué locuras decis Atanasio? El catolicismo es
la religión verdadera... como es que decis...
- Anselmo: Perdón, ¿pero sos protestante? ¿O tal vez judío?
De seguro que lo es -agregó casi susurrando su compañero-.
- Atanasio: Soy católico, sí. Pero lo que dije no lo dije en
cuanto católico, sino que lo dije en cuanto filósofo.
- Anselmo: Una herejía es lo que estás diciendo ahora. No sé
si es peor decir que las herejías son católicas o que el catolicismo es una
herejía -dijo el joven rubio con una risa forzada-.
Agustín: Deja ya Anselmo, ya sabes como son los
modernistas... -dijo el otro levantando una ceja con gesto altanero-
- Atanasio: De hecho, jamás dije que el catolicismo es una
herejía ni que las herejías sean católicas. Sólo basta una simple proposición
para hacer arder los oídos de aquellos que dicen ser filósofos, o hacen gala de
tal título, cuando en verdad no lo son. Porque precisamente es ese ardor en los
oídos, lo que muestra la falta de espíritu filosófico. Se jactan de conocer, y
de conocer ciertas doctrinas más o menos coherentes. Se jactan de ser sabiondos
por colocarse en un molde aparentemente acabado, acertado, sin matices. Son
incapaces de ver que la realidad tiene tonos grises, amén de los blancos y
negros por los cuales ustedes marchan a la batalla. Se dicen filósofos, sabios,
cuando en verdad sólo atienden a las palabras de otros, dejando su
entendimiento y su razón empolvados en un rincón oscuro, olvidado. El filósofo
y todo hombre sensato sólo tienen una autoridad fundamental: la realidad. La
cual sólo contesta en la medida en que es consultada. Se resguardan en la
doctrina “recta” del Angélico, y olvidan que si su doctrina es recta lo es en
virtud de que antes preguntó a la realidad. Santo Tomás fue tal no en virtud de
que era tomista, sino en virtud de que era realista. Fue vituperado por leer
comentaristas “inortodoxos”, considerados infieles musulmanes por sus
coetáneos. Santo Tomás leía a los herejes, porque incluso los herejes podían
tener un atisbo de verdad. La realidad, como el sol, no hace excepciones: a
todos puede iluminar, a todos puede hablar. A todo aquel que toque a su puerta,
ella le recibe.
El modernismo trajo libertad al catolicismo. Lo liberó de
los dogmas, lo liberó de la Tradición, lo liberó de su sano realismo. Todas y
cada una de las herejías tienen, al decir del gran Chesterton, una y un millón
de virtudes... que se han vuelto locas. Y se volvieron locas porque propusieron
el divorcio: la misericordia traicionó a la justicia, le fue infiel y se
marchó. La caridad abandonó a la verdad, la dejó a su suerte. La justicia
abandonó a la religión, ya no mira a Dios. La fortaleza repudió a la prudencia,
y fue exaltada a la vez que apedreada. Y ustedes son tan modernistas como Loisy
o Renan: porque olvidaron que la realidad es la sanidad del catolicismo. La
realidad es la madre del catolicismo. Y aunque muy bien puedan sostenerlo
“doctrinalmente”, aunque teóricamente consideren que la realidad es al menos
importante, no dejan el país de las maravillas. No dejan de hacer de la
realidad una prostituta a la que se trae para bailar cuando conviene, para
luego despedirla con unos pesos en la mano. La realidad es nuestra esposa,
nuestra amada, en quien el filósofo, el verdadero filósofo, se place de
contemplar. Y penetrándola en sus causas es como engendra los frutos magnánimos
de la sabiduría. Y todo hombre sensato, todo filósofo, para ser tal, debe
asumir que sus ideas deben amoldarse a la realidad, y no esta a sus ideas. Porque detrás de todo
buen hombre hay una mujer aún mejor, y detrás de todo buen filósofo hay una
realidad aún mejor.
Jesús era tan liberal-progresista cuando despedía a la
adultera, como conservador cuando expulsaba a los mercaderes del templo. Era
tan zurdo cuando decía al joven rico que para seguirle debía venderlo todo y
darlo a los pobres, como un derecho-monarquista cuando se proclamaba Rey ante
Pilatos. Y saben porque, porque no era ninguna de esas cosas: sólo era Cristo.
Vayan ustedes con sus cajones a encasillar todo cuanto vean y oigan: pero no se
llamen filósofos, ni se llamen sensatos, cuando en verdad son ideólogos.
La noche comenzaba a
caer. Los últimos rayos del sol daban testimonio de aquel día en que Martin
quedó perplejo por aquellas palabras que pronunciara su amigo. El cielo, teñido
de destellos cobrizos, fue testigo de la mudez de aquellos dos jóvenes, que se
marcharon agitando la cabeza. Aunque Agustín... Agustín miró hacia atrás.