Vuelvo con otro artículo de este hombre de genio titánico que es Chesterton.
Hace poco concluí la lectura del libro que lleva como título aquel que es el propio de este apartado: La Nueva Jerusalén. En este libro Chesterton muestra toda la amplitud de su experiencia (es uno de los últimos que escribió), manifiesta una pluma mucho más madura, y lo que es genial es que es un testimonio, y hasta podría decir que es casi un testamento. Es una suerte de "diario de viaje", pues le fue encomendada la tarea de redactar una serie de artículos sobre Jerusalén estando presente en la ciudad en carne y hueso. Las imágenes transversales, las paradojas, y las relaciones entre doctrinas se potencian todas en el libro al ser producto de una visión directa del material sobre el que se trata.
Y aunque hay muchos temas realmente grandiosos que Gilbert trata en el libro, voy a detenerme especialmente sobre uno, que corresponde a uno de los capítulos del libro: la caída de la Edad Media. En la pág. 296 Chesterton la llama "fracaso de la sociedad medieval". El término "caída" remite a un quiebre perpendicular. Más cierto es llamar "fracaso", "disolución", pues fue un proceso paulatino. Fracaso quizás sea también un termino demasiado amplio para atribuirlo a toda una época en la que la humanidad respiró el aire de la renovación cultural. No podemos, a fortiori, imaginar como es que una época puede caer, y ciertamente no cae al modo de un edificio siendo demolido o de una persona tropezando en la vía pública. Sin embargo, hubo un momento en el que la Edad Media comenzó a morir. Lo que siguió fue simplemente una larga agonía. La batalla de los cuernos de Hattin significó el comienzo de la decadencia de la Cristiandad, porque en ella se perdió Jerusalén. Y con Jerusalén perdió su corazón. Toda la fuerza juvenil, pujante, renovada de la Cristiandad comenzó a morir en aquellos terribles desiertos de Palestina bajo el sol sofocante e infernal de medio oriente. Aquella cruzada que fue un movimiento e incluso una revolución popular (tal y como lo explica Chesterton en la pág. 276) se estrelló contra un muro; recibió la terrible noticia de su próximo fallecimiento. Toda la Cristiandad se movilizó en una contraofensiva única en la historia, depositando su corazón y su vida en Jerusalén. Aquella ciudad que no era sólo una ciudad para el cristiano peregrino, común y de a pie; era la Ciudad Santa, un verdadero destello de lo que consideraba era el fin último del peregrinar: la Patria Celestial. Aún no entiendo cómo muchos críticos modernos, e incluso y sobretodo los mismos católicos, no comprenden lo que significaron en verdad las primera cruzadas. Podemos, es verdad, argumentar con diversos datos históricos que explican adecuadamente que las primeras cruzadas no fueron un ataque arbitrario a una tribu inofensiva de oriente, sino una verdadera contraofensiva frente a un antiguo enemigo que se empeñaba en conquistar Europa desde el año 700 aproximadamente.
Sin embargo, no es eso a lo que me refiero aquí. Lo realmente importante es entender que la persona común vivió esta situación en carne propia. Es difícil imaginar que de pronto un campesino se despierte a las 5 de la mañana pensando en masacrar orientales o en viajar por deporte cientos de kilómetros.Ciertamente tampoco pensaban en ir de shopping o de visita a sus amigos orientales residentes en Jerusalén. También podemos decir, como muchos católicos modernistas afirman, que fueron movidos a las armas por su intrínseco fanatismo. ¿Y saben qué? Eso sí es cierto. En un sentido es profundamente cierto. El fanatismo por recuperar una ciudad que fue por muchos años cristiana y un día sitiada e invadida por los musulmanes. El fanatismo de aquellos que depositaron su corazón en la Ciudad donde su Dios se entregó para salvar al mundo. La Ciudad donde la sangre de Aquel fue derramada. ¿Cómo no buscar recuperarla? ¿Cómo quedarse de brazos cruzados cuando el centro mismo del mundo les había sido arrebatado? Porque no era otra cosa para el cristiano simple y común; para él el universo no giraba en torno a la Tierra o al Sol, para él el universo giraba en torno a Jerusalén y a la Cruz que un día fue allí levantada.
¿Qué haría usted si la casa de su padre, distante de la suya y habitada por su hermano, es un día ocupada por la fuerza por personas que no conoce? ¿Que haría si, además de esto, usted considera que en esa casa murió su padre y que usted piensa que ese hecho le asigna un valor incluso sobrenatural? ¿Qué haría, además, si estas personas no contentas con ocupar la casa de su padre, van a la puerta de su casa a lanzarle piedras para desalojarlo?¿Se quedaría de brazos cruzados tomándose un café en la cocina? ¿Apelaría a la "racionalidad" diplomática para reclamar su derecho de vivienda y el anterior derecho sobre la casa de su padre? Probablemente tome el primer palo que encuentre en el garage para ir a darle un cordial saludo a sus inesperados visitantes. Pues, no fue otra cosa lo que hicieron los campesinos franceses, italianos, españoles, alemanes, ingleses, irlandeses y escoceses cuando los ejércitos musulmanes tocaron a la puerta de Jerusalén y de Europa.
Unos 90 años después serían masacrados en los infernales desiertos de Hattin y desalojados de Jerusalén. Y aunque muchos sobrevivieron, ninguno volvió con el corazón en su pecho. Allí, entonces, comenzó el lento padecimiento de quien anhela algo que un día saboreó; esa lenta muerte de quien aunque concluyó victorioso al rechazar el enemigo presente, vive con la nostalgia del bien ausente que un día supo vivir.
Eso fue Jerusalén, el centro del universo que está "al oriente del sol de Europa, que llena el mundo con un mediodía de cordura, y hace fructificar las cosas reales y en crecimiento. Y que "está al occidente de la luna de Asia, misteriosa y arcaica con sus fríos volcanes, espejo de plata para los poetas y muy fatal imán para los lunáticos".
Y no nos confundamos, la cosa no terminó ahí. Sigue siendo un problema latente aún hoy. "El Islam había sido detenido, pero no lo suficiente. Toda la historia de lo que llamamos el problema de Oriente, y tres cuartas partes de las guerras del mundo moderno, obedecen al hecho de que no fue suficientemente detenido." (pág. 298). Que Chesterton era un genio, es decir algo más de él. Quizás fue también un profeta. El que lea que comprenda.
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