martes, 2 de febrero de 2016

Los diálogos de Atanasio Plavón III: El cuento de lo inefable


El cuento de lo inefable







Allí seguían ambos. Después de largo rato de conversar. Hace tiempo se reúnen, eso hacen los amigos.  Me es muy difícil comprender lo que decís Atanasio, dijo Agustín. Atanasio aguardó unos segundos, con una mirada penetrante en el vacío. Con voz grave y lenta dijo: Es difícil de comprender porque no se puede comprender, apenas esto te puedo contar, porque los cuentos transmiten misterio, y al misterio a veces le cabe más la fe que el entendimiento:

"Había una vez, en un jardín muy agradable, unas plantas muy alegres y sencillas, que regalaban a la cigarra cantora lo mejor de su aroma y sus colores. 'A ella damos lo mejor de lo nuestro, lo mejor de lo que tenemos'. La cigarra se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvía con lo mejor de su canto. Canto que superaba con creces aquellos aromas y colores.
La cigarra, a su vez, junto con el buen sapo y las aves regalaban su cantar al hombre. 'A él damos lo mejor de lo nuestro, lo mejor de lo que tenemos'. El hombre se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvía con lo mejor de su canto. Canto que superaba con creces las melodías de los buenos animales.
El hombre, a su vez, regalaba lo mejor de su canto al buen Dios. 'A Él doy lo mejor de lo mío, lo mejor de lo que tengo'. Dios se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvió no con muchos, sino con un sólo canto. Canto que superó con creces todo canto que el hombre le hacía. Y así, Dios dijo al hombre: 'Este canto lo regalo, y este canto es viejo. Y es viejo, porque hizo todas las cosas. Las hizo y las hace, porque hace nuevas todas las cosas. Las hizo nuevas una vez, y las renueva cada día. No pretendas comprenderlo, porque es misterio. Pretende antes amarlo, porque te ha creado'."

Y Agustín se fue con un gusto agridulce, pero alegre. Es el gusto agridulce del misterio, que aunque no se penetra por el entendimiento alegra el corazón. Algo, sin embargo, había comprendido. Comprendió que el Verbo y el ser tienen algo en común: ambos son inefables.


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