lunes, 22 de febrero de 2016

De abajo para arriba, de arriba para abajo






Hay algo magnífico que Chesterton hace aproximadamente 100 años supo ver con total claridad y que se repite en absolutamente todos sus escritos. Lo cierto es que la idea se manifiesta con suma claridad en "El poeta y los lunáticos". Hay ciertamente una cantidad de temáticas que se repiten en todos los escritos de Gilbert, precisamente porque estas hacían eco en su entendimiento penetrante, perspicaz y terriblemente intuitivo. Pero hay una idea, que a mi parecer es fabulosa, no sólo por su veracidad, sino por su fundamental verticalidad. Por ambas cosas: por ser fundamento, y fundamento vertical, vertebral. Es ésta idea, que vanamente podría yo intentar expresarla mejor que su mentor:

..."En realidad había estado haciendo el pino, apoyado sobre la cabeza, o mejor, sobre sus manos.
- Perdóneme -se excusó cuando la joven dama llegó a su altura-; suelo hacerlo porque es muy útil para un paisajista buscar perspectivas nuevas, ver el paisaje al revés, con la cabeza a la altura del suelo... Así contempla uno las cosas tal como son en realidad; es una verdad preclara, tanto en el arte como en la filosofía -quedó pensativo, como si meditase, y prosiguió-: Lo de ir erguido está muy bien, pero si sabemos que los ángeles vienen de lo más alto es precisamente porque cuelgan cabeza abajo. En realidad son los que tienen los pies en el suelo quienes andan con la cabeza en las nubes"...

Esta idea voluminosa a mi parecer tiene tres aspectos formales que Chesterton no sólo no ignora bajo ningún aspecto, sino que los hace inteligibles al lector: primero, que la novedad de las cosas no consiste en pretender construir algo de ellas que en verdad no son, sino en ver algo en ellas que por su diáfana evidencia y por nuestra ceguera no podemos percibir. La novedad de lo cotidiano consiste en su misma condición de cotidiano. Gabriel Gale puede ver un tigre en un gato y un dragón en un lagarto, pero no porque sea él un mago, sino porque las cosas son mágicas. Lo segundo, es que esta novedad sólo se adquiere viendo las cosas en su revés, y para verlas en su revés debe uno ponerse al revés. Las cosas muestran su magnificencia cuando uno se inclina ante ellas. Para ver la grandeza de las cosas debe uno hacerse pequeño. Este inicio de aceptación humilde de la condición preclara y diáfana de las cosas constituye el principio saludable de todo conocimiento. Esto vale "tanto en el arte como en la filosofía", al decir de aquel poeta. Los pies en la tierra, para afirmarse en las cosas mismas, la cabeza en la tierra para verlas en su magnificencia. Sólo así puede uno estar seguro de dejar vuelo seguro a su cabeza, si la afirma en sus hombros. No querrá perderla en el intento.
Ahora bien, ya decía que esta idea es vertebral, constituye el género de un conjunto jerárquico de formalidades. Aquello bien podría terminar así. Y ya está. Pero no, el poeta continúa con la imagen, y la idea culmina de este modo:

..."-¿Permite que le confíe un secreto?
Sonó entonces un gran trueno, un estallido fenomenal en el cielo que pareció llenar toda la tierra, y antes de que ella pudiera darle o no su consentimiento, el artista se puso a hablar en voz baja y tono grave, incluso en susurro.
- El mundo está cabeza abajo. Todos andamos cabeza abajo y hasta con la cabeza en los pies. Somos como las moscas agarradas al techo. Si no nos caemos es porque el milagro existe.
El restallido blanco de un relámpago cegó el crepúsculo; lady Diana experimentó una sensación aún más sobrecogedora al observar la seriedad con que se expresaba el pintor, su ceño duramente fruncido ahora...
... Recordará usted que San Pedro, de quien ya hemos hablado, fue crucificado cabeza abajo -dijo Gale-. Pues bien, no puedo dejar de pensar que su humildad innegable fue así premiada, con esa visión última, la más bella de su existencia corpórea, antes de que le llegara la muerte, San Pedro pudo ver el paisaje tal como es, las estrellas cual flores, las nubes como colinas... Y los hombres colgando a merced de Dios".
Y así, se hace inevitable la dualidad irreconciliable, la contradicción eterna: el mundo y el santo, la vanalidad y la humildad, la locura y la cordura. Ver las cosas no es ver en las cosas menos de lo que son, como pudiera pretender algún académico cientificista, un racionalista patentado, que hace del hombre un mono, del mono un perro, del perro una mosca y de la mosca un germen. Ver las cosas es verlas en su grandeza intrínseca. Pero esta puerta está cerrada y guardada cual tesoro precioso bajo la llave de la humildad. El hombre no puede olvidar que la cabeza que se infla con la razón estalla. La cabeza se infla cuando el corazón se infla. Así puede uno subir sus pensamientos a las nubes. Pies en la tierra, corazón ardiente, cabeza elevada. luego, al revés... "Y los hombres colgando a merced de Dios"...



miércoles, 3 de febrero de 2016

La sexta vía




Entrando en la cuestión de la demostración de la existencia de Dios, tema que hace un tiempo ocupa mis estudios, me encontré con algo de lo más curioso. Ciertamente que Santo Tomás no fue el primer filósofo que intentó demostrar la existencia de Dios, fue al menos uno de los que más explicita, sistemática, y abundantemente trató el tema.
Es común entrar al tema con el clásico texto de la Suma de Teología (I, q. 2, a. 3, c.) en donde se exponen las cinco vías para la demostración "de que Dios es" (an Deus sit). Ciertamente que hay otros escritos del Aquinate que nos refieren a dicho tema: la Suma contra Gentiles (que tiene una exposición sistemática sobre el tema), las cuestiones disputadas De Veritate y De Potentia, los Comentarios a las Sentencias y al Símbolo de los Apóstoles, como también el comentario al Prólogo joánico que tiene una elocuente formulación de la cuarta vía expuesta en la Suma de Teología. 

Ahora bien, lo que me llamó la atención estudiando el tema es encontrar una sexta vía. Esto, sin embargo, no es merito mío. La mente brillante de este brillante hallazgo es Etienne Gilson. Esto lo dice en sus Elementos de una metafísica tomista del ser (pág. 16), tratando el título "Deus est ipsum esse". Allí hace un desarrollo sucinto pero exquisito sobre lo expuesto en el Comentario sobre las Sentencias II, 1, 1, 1 y en Suma de Teología I, q. 65, a. 1, resp. En este ultimo texto el Aquinate a la pregunta "La criatura racional, ¿ha sido o no ha sido hecha por Dios?" responde:

"Pues si las cosas, entre sí diversas, coinciden en algo, es necesario que haya alguna causa de tal coincidencia, ya que las cosas diversas no coinciden entre sí por sí mismas. Por eso, cuando entre cosas diversas se encuentra algo común, es necesario que este algo tenga alguna causa. Ejemplo: los diversos cuerpos calientes tienen calor por el fuego. Todas las cosas, por muy diversas que sean, coinciden en algo común a todas: el ser. Por lo tanto, es necesario que haya un principio del ser por el que tengan ser las cosas, incluso las más diversas, tanto si son invisibles y espirituales como si son visibles y corporales".
Por otro lado, así discurre Gilson a partir de aquellos textos ya citados:

"Los diversos entes de los que se compone el mundo convienen todos en una cierta unidad, bien sea la de la especie o la del género. Todos convienen al menos en la existencia, es decir en el hecho de que son. Es necesario por tanto, que todos tengan un mismo y único principio de su ser:
'Unde oportet quod omnium istorum sit unum principium, quod est omnibus causa essendi'
Ya que el argumento consiste en probar la existencia de una causa única de todo el ser, la prueba de la unicidad de Dios se confunde frecuentemente con la de su existencia. La argumentación se muestra en toda su extensión en el Comentario a las Sentencias, II, 1, 1 ,1. Parte del hecho que la entidad, está presente en todas las cosas en diversos grados, más o menos según sus naturalezas: 
'Invenitur enim in omnibus rebus natura entitatis, in quibusdam magis nobilis et in quibusdam minus'.
Estas naturalezas no son el ser que tienen, puesto que se puede concebir siempre la esencia de una cosa sin concebir que es:
'Ita tamen quod ipsarum rerum naturae non sunt hoc ipsum esse quod habent; alias esse esset de intellectu cuiuslibet rei possit intelligi non intelligendo de ea an sit. Ergo oporet quod ab aliquo esse habeant'.
Remontando de causa en causa, se llega a un ser cuyo esse no tiene causa; a menos que se continúe al infinito, lo cual es imposible, oportet devenire ad aliquid cuius natura sit ipsum suum esse. Así se ha probado la existencia de un principio de todo el ser que es el Ser Mismo. Y no puede haber mas que uno, ya que la naturaleza de la entidad es la misma en todos los entes, al menos analógicamente hablando, esta causa primera debe ser una:
'Cum natura entitatis sit unius rationis in omnibus secundum analogiam; unitas enim causati requirit unitatem in causa per se; et haec est via Avicennae VIII Metaph., quasi per totum'..."
Y más adelante dice:
"Podemos preguntarnos por qué Tomás de Aquino no ha incluido esta prueba tan directa en las cinco vías o al menos como una sexta vía. La razón de ello tal vez esté en que no ha querido presentar en la Suma Teológica ni en la Contra Gentiles, más que pruebas de Dios cuyos fundamentos no fuesen reconocidos por todos los filósofos con autoridad en las escuelas. La composición de esencia y ser en la sustancia que esta prueba supone, no era admitida por los discípulos de Averroes..."
Amén de que todas las vías tienen algunos puntos fundamentales comunes (la estricta consideración metafísica-ascendente del punto de partida, una noción entitativa de la causalidad, etc.) todas concluyen en formalidades diversas de un mismo objeto material, de modo que no es trivial encontrar una o quizás más vías no explícitas o sistemáticamente expuestas por Santo Tomás. Esta sexta vía, sin embargo, es presentada no en una, sino en dos obras (Coment. sobre las Sentencias y la Suma de Teología) con diversos textos paralelos (C.G., II, c. 15; De Pot., q. 3, a. 5, c.; De Veritate, q. 29, a. 3, c.) muy esclarecedores, y que, además, establecen una afinidad muy peculiar con la Cuarta vía. No es menor tampoco la aclaración de Gilson: esta prueba no habría encontrado una feliz acogida entre sus coetáneos no adherentes al sistema filosófico-metafísico forjado por el Aquinas. Lo cual, sin embargo, no le quita su consistencia demostrativa. Esto quiere decir simplemente que Santo Tomás era tan coherente intelectualmente como cristianamente, pues toda demostración tiene por objeto último transmitir la verdad, y la verdad siempre tiene razón de bien. No hubiese servido de nada, ni hubiese sido cristiano, presentarlo a quienes no adhieren al punto de partida. 
Es notable que este, el punto de partida, sea una inventio propiamente tomista: la multiplicidad de entes unificados en razón de un esse común, si bien que individualmente diversificado. Esto que es constatable por los sentidos, siempre que penetrados por una inteligencia en las causas últimas, lleva a la concepción del esse como recibido en una potencia que es la essentia, y, por tanto, a constatar que el ente es un algo compuesto acto-potencialmente. Estos entes no son, sin embargo, su mismo ser (ipsum esse) por lo que es necessarium remontarse a una causa distinta del mismo ente en cuestión. 
Me parece gracioso que el termino "necesario" sólo sea utilizado por S. Tomás en dos materias: en la doctrina de la salvación (S.Th., I, q. 1, a. 1) y en las materias metafísicas (véase, por ejemplo, los textos de las vías: S. Th., I, q. 2, a. 3, resp.). Y que, por otro lado, los comentaristas y profesores que explican los textos tomistas abusen del necessarium en cualquier tratado. Eso me valió una vez el ser tratado de "sofista". Y tenían razón. Mi critico tenía razón. En materia moral (que es la que yo estaba tratando) no se puede introducir el termino "necesario" más que cuando se habla de las cuestiones últimas. Introducirlo en cualquier otra materia donde el intelecto no se aferra con fuerza en los primeros principios (filosóficos o teológicos) es improcedente. No es más que una simplificación a la imposibilidad de comprender el verdadero proceder racional de la materia en cuestión.
Ahora bien, la consideración de la causalidad en un sentido estrictamente metafísico es fundamental para una cabal comprensión de las vías. En esta y en la cuarta, lo es más. Todo ente que tiene el ser y, por tanto, lo tiene como recibido, es efectuado. Su dependencia en el ser actual y presente respecto de la causa da la ligazón por necesidad. Quitada la causa se quita el efecto. Y la causa tiene una preponderancia óntica: es ella la que comunica su perfección al efecto, perfección multiplicada en razón del tipo de perfección de que se trate y del principio potencial que la recibe. Si se trata del ser, sicut invenitur, la comunicación es indefinida. De allí que la causa que de explicación suficiente del ser multiplicado-compuesto de los entes deba Ser (dicho extensivamente: debe ser el ser, el ipsum esse.). Ahora bien, en razón de que aquella multiplicidad tiene un algo uno común (el esse) es que la causa debe ser de tal cualidad (ipsum esse) y que deba ser una, en razón de su perfección causativa, que se sigue de la perfección y unicidad de su ser. Es a partir de aquí que, demostrativamente, se sigue la pura actualidad del Ser, y no a la inversa como se dice generalmente en casi todos los manuales explicativos de las vías. Que Dios sea Acto Puro y, por tanto, el Ipsum esse se sigue de la noción de causalidad previa que hace de amalgama entre el punto de partida y la conclusión. Es en razón de que la causa en cuanto causa es acto que se puede concluir en un Acto Puro. Es en razón de que el ser es el acto de los actos y la perfección de las perfecciones y, por tanto, el acto máximamente común y comunicable causativamente que se puede concluir en la perfección  purísima e intrínseca de una única causa.
Así es como se concluye en la existencia de un Uno que es Ipsum Esse que es al que todos llaman Dios. Claramente el aspecto formal no coincide con ninguna de las otras vías, amén de que sí coinciden en un eje ramal que es la noción de esse y causa y que hacen concluir, al menos potencialmente, en un Ipsum Esse. La diferencia, a mi parecer, es que en esta sexta vía esa formalidad no está implícita en la conclusión, sino explícita junto con el atributo de Unidad de aquel principio del ser. Conviene, sin embargo, a un tratado más riguroso el explicar si, en todo caso, esta vía sería un intermedio entre la tercera y la cuarta, o la cuarta y la quinta, o simplemente una vía exclusiva en atención a la gradación metafísica que da Santo Tomás a su tan conocida exposición en S. Th., I, q. 2, a. 3. 
Ciertamente que no toda la vida alcanza para leer, estudiar o investigar sobre todos los asuntos de filosofía. Un amigo dijo una vez, con más sorpresa, que no alcanza toda la vida para leer, estudiar o investigar a Santo Tomás. Y tenía toda la razón.

martes, 2 de febrero de 2016

Los diálogos de Atanasio Plavón III: El cuento de lo inefable


El cuento de lo inefable







Allí seguían ambos. Después de largo rato de conversar. Hace tiempo se reúnen, eso hacen los amigos.  Me es muy difícil comprender lo que decís Atanasio, dijo Agustín. Atanasio aguardó unos segundos, con una mirada penetrante en el vacío. Con voz grave y lenta dijo: Es difícil de comprender porque no se puede comprender, apenas esto te puedo contar, porque los cuentos transmiten misterio, y al misterio a veces le cabe más la fe que el entendimiento:

"Había una vez, en un jardín muy agradable, unas plantas muy alegres y sencillas, que regalaban a la cigarra cantora lo mejor de su aroma y sus colores. 'A ella damos lo mejor de lo nuestro, lo mejor de lo que tenemos'. La cigarra se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvía con lo mejor de su canto. Canto que superaba con creces aquellos aromas y colores.
La cigarra, a su vez, junto con el buen sapo y las aves regalaban su cantar al hombre. 'A él damos lo mejor de lo nuestro, lo mejor de lo que tenemos'. El hombre se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvía con lo mejor de su canto. Canto que superaba con creces las melodías de los buenos animales.
El hombre, a su vez, regalaba lo mejor de su canto al buen Dios. 'A Él doy lo mejor de lo mío, lo mejor de lo que tengo'. Dios se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvió no con muchos, sino con un sólo canto. Canto que superó con creces todo canto que el hombre le hacía. Y así, Dios dijo al hombre: 'Este canto lo regalo, y este canto es viejo. Y es viejo, porque hizo todas las cosas. Las hizo y las hace, porque hace nuevas todas las cosas. Las hizo nuevas una vez, y las renueva cada día. No pretendas comprenderlo, porque es misterio. Pretende antes amarlo, porque te ha creado'."

Y Agustín se fue con un gusto agridulce, pero alegre. Es el gusto agridulce del misterio, que aunque no se penetra por el entendimiento alegra el corazón. Algo, sin embargo, había comprendido. Comprendió que el Verbo y el ser tienen algo en común: ambos son inefables.