Hay algo magnífico que Chesterton hace aproximadamente 100 años supo ver con total claridad y que se repite en absolutamente todos sus escritos. Lo cierto es que la idea se manifiesta con suma claridad en "El poeta y los lunáticos". Hay ciertamente una cantidad de temáticas que se repiten en todos los escritos de Gilbert, precisamente porque estas hacían eco en su entendimiento penetrante, perspicaz y terriblemente intuitivo. Pero hay una idea, que a mi parecer es fabulosa, no sólo por su veracidad, sino por su fundamental verticalidad. Por ambas cosas: por ser fundamento, y fundamento vertical, vertebral. Es ésta idea, que vanamente podría yo intentar expresarla mejor que su mentor:
..."En realidad había estado haciendo el pino, apoyado sobre la cabeza, o mejor, sobre sus manos.- Perdóneme -se excusó cuando la joven dama llegó a su altura-; suelo hacerlo porque es muy útil para un paisajista buscar perspectivas nuevas, ver el paisaje al revés, con la cabeza a la altura del suelo... Así contempla uno las cosas tal como son en realidad; es una verdad preclara, tanto en el arte como en la filosofía -quedó pensativo, como si meditase, y prosiguió-: Lo de ir erguido está muy bien, pero si sabemos que los ángeles vienen de lo más alto es precisamente porque cuelgan cabeza abajo. En realidad son los que tienen los pies en el suelo quienes andan con la cabeza en las nubes"...
Esta idea voluminosa a mi parecer tiene tres aspectos formales que Chesterton no sólo no ignora bajo ningún aspecto, sino que los hace inteligibles al lector: primero, que la novedad de las cosas no consiste en pretender construir algo de ellas que en verdad no son, sino en ver algo en ellas que por su diáfana evidencia y por nuestra ceguera no podemos percibir. La novedad de lo cotidiano consiste en su misma condición de cotidiano. Gabriel Gale puede ver un tigre en un gato y un dragón en un lagarto, pero no porque sea él un mago, sino porque las cosas son mágicas. Lo segundo, es que esta novedad sólo se adquiere viendo las cosas en su revés, y para verlas en su revés debe uno ponerse al revés. Las cosas muestran su magnificencia cuando uno se inclina ante ellas. Para ver la grandeza de las cosas debe uno hacerse pequeño. Este inicio de aceptación humilde de la condición preclara y diáfana de las cosas constituye el principio saludable de todo conocimiento. Esto vale "tanto en el arte como en la filosofía", al decir de aquel poeta. Los pies en la tierra, para afirmarse en las cosas mismas, la cabeza en la tierra para verlas en su magnificencia. Sólo así puede uno estar seguro de dejar vuelo seguro a su cabeza, si la afirma en sus hombros. No querrá perderla en el intento.
Ahora bien, ya decía que esta idea es vertebral, constituye el género de un conjunto jerárquico de formalidades. Aquello bien podría terminar así. Y ya está. Pero no, el poeta continúa con la imagen, y la idea culmina de este modo:
..."-¿Permite que le confíe un secreto?Sonó entonces un gran trueno, un estallido fenomenal en el cielo que pareció llenar toda la tierra, y antes de que ella pudiera darle o no su consentimiento, el artista se puso a hablar en voz baja y tono grave, incluso en susurro.- El mundo está cabeza abajo. Todos andamos cabeza abajo y hasta con la cabeza en los pies. Somos como las moscas agarradas al techo. Si no nos caemos es porque el milagro existe.El restallido blanco de un relámpago cegó el crepúsculo; lady Diana experimentó una sensación aún más sobrecogedora al observar la seriedad con que se expresaba el pintor, su ceño duramente fruncido ahora...... Recordará usted que San Pedro, de quien ya hemos hablado, fue crucificado cabeza abajo -dijo Gale-. Pues bien, no puedo dejar de pensar que su humildad innegable fue así premiada, con esa visión última, la más bella de su existencia corpórea, antes de que le llegara la muerte, San Pedro pudo ver el paisaje tal como es, las estrellas cual flores, las nubes como colinas... Y los hombres colgando a merced de Dios".
Y así, se hace inevitable la dualidad irreconciliable, la contradicción eterna: el mundo y el santo, la vanalidad y la humildad, la locura y la cordura. Ver las cosas no es ver en las cosas menos de lo que son, como pudiera pretender algún académico cientificista, un racionalista patentado, que hace del hombre un mono, del mono un perro, del perro una mosca y de la mosca un germen. Ver las cosas es verlas en su grandeza intrínseca. Pero esta puerta está cerrada y guardada cual tesoro precioso bajo la llave de la humildad. El hombre no puede olvidar que la cabeza que se infla con la razón estalla. La cabeza se infla cuando el corazón se infla. Así puede uno subir sus pensamientos a las nubes. Pies en la tierra, corazón ardiente, cabeza elevada. luego, al revés... "Y los hombres colgando a merced de Dios"...