miércoles, 26 de octubre de 2016

Do nunca arriba quien de allí declina



Personajes locos en las obras de Chesterton hay muchísimos. Todos con sus matices, sus diferencias a veces sutiles, a veces no tanto. Todos, sin embargo, son un símbolo. En su locura constituyen el último pilar de cordura sobre el mundo. El Quijote no es personaje chestertoniano, no al menos por derecho de autoría. Pero lo es como símbolo. El Quijote es un símbolo magnífico. Es quizás el loco más famoso de toda la literatura, el loco más "clásico" por utilizar un término moderno, no sin algo de vacuidad intrínseca. Era un símbolo en tiempos de Cervantes y es un símbolo en nuestros tiempos. ¿Cuántos hoy se jactan conocer e incluso admirar a este personaje "clásico" de la literatura sin entender su carga simbólica? Conocemos que embistió molinos creyendo ser gigantes, que robó a un barbero creyendo encontrar el yelmo de Mambrino, que se enfrentó a un ejercito, cuando en verdad era una manada de ovejas. Su locura, admirable, noble, magnánima, recia... todo es un mensaje lanzado al mundo, a nuestro mundo, a un mundo loco. Al mundo que abrazó la locura más horrible y perversa: la locura de la tibieza, del humanismo insípido, de las ideologías.  La brutalidad de su mensaje es sólo claro a la luz de la gravedad del asunto. Su comedia es la alegría del símbolo. Su ritualismo,  manifestación de virilidad. Sus mensajes, la homilía de un santo. Su vida, la virtud más pura. Y en su virtud, la cordura.

Cuando el mundo de Cervantes comenzaba (o mejor, hace tiempo había comenzado) a tergiversar y degenerar la concepción del "caballero" en burguesía, frivolidad y vida licenciosa apareció el gran Don Quijote. Cuando el Don Juan era una realidad, apareció un caballero loco. Y su locura fue signo de contradicción. Y su contradicción sal para tierra y luz en el mundo.

Pero si a sus palabras (algunas de ellas) nos atenemos, encontramos esto:



"De todo lo dicho quiero que infiráis, bobas mías, que es grande la confusión que hay entre los linajes, y que solos aquéllos parecen grandes y ilustres que lo muestran en la virtud, y en la riqueza, y liberalidad de sus dueños. Dije virtudes, riquezas y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso será vicioso grande, y el rico no liberal será un avaro mendigo; que al poseedor de las riquezas no le hace dichoso el tenerlas, sino el gastarlas, y no el gastarlas como quiera, sino el saberlas bien gastar. Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés, y comedido, y oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador, y, sobre todo, caritativo; que con dos maravedís que con ánimo alegre dé al pobre se mostrará tan liberal como el que a campana herida da limosna, y no habrá quien le vea adornado de las referidas virtudes que, aunque no le conozca, deje de juzgarle y tenerle por de buena casta, y el no serlo sería milagro; y siempre la alabanza fue premio de la virtud, y los virtuosos no pueden dejar de ser alabados. Dos caminos hay, hijas, por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados: el uno es de las letras; otro, el de las armas. Yo tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la influencia del planeta Marte; así, que casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo de ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea; pues con saber, como sé, los innumerables trabajos que son anejos a la andante caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con ella; y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes; porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin; y sé, como dice el gran poeta castellano nuestro, que

Por estas asperezas se camina 
De la inmortalidad al alto asiento 
Do nunca arriba quien de allí declina." 
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, Cap. Sexto.



¿Que es la virtud para este mundo? ¿Hay tal cosa en el espíritu de los hombres? ¿Resuena esto en el espíritu del hombre común? ¿Hay, siquiera, esta palabra en su diccionario? ¿Hay tal concepto en su mente? ¿O a qué se atiene el hombre de hoy? ¿Busca conocer que constituye su propio bien? ¿Busca conocerse? ¿Que vé el hombre de hoy? ¿Que saborea a diario? ¿Qué fines mueven su voluntad? ¿Que cosas llaman a sus sentidos y a su inteligencia? ¿Que paisaje dibuja en su alma? ¿Qué paisaje hay en su alma?

Ahí, a la interperie del mundo duerme Don Quijote. En la pobreza busca la virtud. Y en la virtud forja su caballerosidad. En su caballerosidad el símbolo. En dicho símbolo, una luz. 

Do nunca arriba quien de allí declina.

domingo, 15 de mayo de 2016

Hombres y juguetes






Los hombres (o la mayoría de ellos, claro está) pueden hablar, sentir, pensar. Y en este mundo en el que vivimos somos los únicos seres bípedos capaces de hacerlo. Los ángeles, técnicamente hablando, no tienen piernas (muchos teólogos autorizan dicha proposición). Pero imagínense por un momento qué sucedería si los juguetes también pudiesen hablar, sentir y pensar tal y como nosotros lo hacemos. No me reprochen tal disparate: si Tolkien pudo imaginar toda una cantidad de seres parlantes tales como los Valar, los Maia, Elfos de todo tipo y colores, Orcos, Hobbits y Ents, denme el derecho a imaginar que en verdad los juguetes hablan.


Este disparate (magnífico disparate) es el representado en las peliculas "Toy Story". Hay muchas cosas que me parecen magníficas de esas películas, pero la cosa mas sorprendente es su brutal realismo para considerar e imaginar a la noble raza de los juguetes. 
En todo el entramado histórico-personal de las películas hay una multiplicidad de temáticas que se repiten y que son planteadas fabulosamente. 
En primer lugar, los juguetes son juguetes. Nada mas que eso. Productos del arte humano con el noble fin de divertir a los niños, de permitirles desarrollarse psico-espiritualmente y de constituir el futuro recuerdo saludable de la infancia. Toda la tensión tragicómica, las dificultades, las tristezas y las alegrías, son vividas por los juguetes como un tender hacia un fin que tiene razón de bien: ser usados por los niños para jugar, para divertirles, para vivir alegremente con ellos su infancia, hasta el doloroso (y alegre) momento de la madurez del niño.
El juguete sólo es plenamente feliz cuando juega con el niño, y cuando el niño juega con él. Lo cual implica, sin embargo, un auto-reconocimiento del ser juguete. Es lo que le sucede al gran astronauta Buzz Lightyear. Cuando arriva en la habitación de Andy (en la primera de la trilogía) aún no sabía que era un juguete. Poco a poco comienza un proceso conflictivo consigo mismo, y en relación con los demás juguetes, que concluirá con la angustia vivencial de reconocerse juguete. Angustia que, por otro lado, sólo es plena de sentido cuando entiende que ser juguete es también ser capaz de felicidad: su felicidad, su fin último, está en hacer feliz a Andy.
En segundo lugar, todos ellos, todos y cada uno de los juguetes son un regalo. Entran en el mundo-juguete y se insertan en la comunidad de los juguetes como un don. Todos los demás juguetes esperan con ansias el maravilloso momento en el que un juguete es regalado al niño. Aunque a veces algunos también los esperan con envidia egoísta , con el trágico sentimiento de ser reemplazados. Esto es lo que le sucede a Woody cuando aparece Buzz en el cuarto de Andy. Y ante tal sentimiento (terrible sentimiento) ¡intenta matarlo! Y por eso es sancionado por sus amigos. Aunque más adelante Woody descubrirá que Andy no deja de amarlo por que éste ame también a Buzz.
En tercer lugar, la vanalidad de desviarse en la búsqueda del fin último constituye una degradación moral del ser-juguete. En la segunda película el vaquero Woody descubre que en el pasado había sido un juguete famoso. El mismo tenía toda una linea de artefactos y juguetes con su temática vaquera: toca-discos, ropa, y hasta un programa de televisión. Así, luego de conocer a Jessie la vaquera, al caballo "Tiro al blanco" y al "oloroso Pit" tiene la oportunidad de pasar el resto de sus días en un museo, con toda la pompa de un juguete famoso, luego de ser vendido por el compulsivo coleccionista Al McWhiggin. Sin embargo, al encontrarlo sus amigos (los otros juguetes de Andy), luego de ser secuestrado por Al, tiene un diálogo fantástico con Buzz: 


Buzz: -Woody tenemos que irnos ahora.
Rex: - ¡Al quiere venderte a un museo en Japón!
Woody: - Ya lo se, no pasa nada Buzz, yo quiero ir con él. Casualmente hay muy pocos vaqueros como yo, y ellos son mis compañeros (refiriéndose a Jessie, Pit y Tiro al blanco).
Buzz: - Woody, ¿de qué estas hablando?
Woody: - ¿De qué estoy hablando? ¡Es increíble! ¡Tenía un "Rodeo" en televisión, y yo era la estrella! (Prende el televisor) ¡Ven eso! ¡Miren! ¡Mírenme! ¡Soy yo! Buzz, yo era todo un fenómeno y tenía tanta mercancía con mi nombre, ¡Lo hubieras visto! Un toca-disco y un yo-yo... Buzz, ¡Yo era un yo-yo!
Buzz: - Woody no digas tonterías y vámonos.
Woody: - (Suspira) Buzz, entiéndelo. Nunca los abandonaría aquí. Soy la llave de entrada al museo. Sin mí, volverán a una caja. ¡Tal vez para siempre!
Buzz: - Woody, no eres coleccionable. Te usan sólo para jugar. ¡Eres-un-ju-guete!
Woody: - ¿Pero dime hasta cuando? Si me rompo Andy se deshace de mí, !¿qué hago entonces Buzz?¡ ¡¿Eh?! ¡Tú dime!
Buzz: - Un juguete me enseñó que antes que nada la vida no tiene sentido si no eres amado por un niño. Estoy aquí para rescatar a ese juguete. Pues, creo en sus palabras.
Ante la posibilidad de la fama, el goce en la admiración de uno mismo, el egocéntrico sentimiento de vana auto-satisfacción, y la postrera intervención de sus amigos para exhortarlo a reflexionar, Woody re-descubre su vocación, el fundamental llamado de su esencia: amar y ser amado por un niño. Y no por cualquier niño, sino por su niño: ¡Andy! Y lo mismo sucede a la inversa, porque, ¿a cuántos de nosotros no nos pasó también lo inverso? No importaba cuantos juguetes podamos tener, queríamos ese juguete en particular. Y si se perdía, nos sentíamos tristes. 

Todo esto, todo este magnifico entramado de relaciones en una historia más que creativa, tiene también sus momentos trágicos: juguetes rotos o perdidos en las mudanzas, vendidos en las "ventas de jardín", juguetes que abandonan a su niño, niños que abandonan a sus juguetes. Y esto nos lleva al cuarto punto, muy relacionado con el tercero: el vano y quimérico intento de autonomía total. Esto es lo que nos muestra la tercera película con la aparición de un oso tiránico llamado Lotso. Este oso con olor a frutas, luego de experimentar el accidental abandono de su niña, llega a la guardería "Sunnyside" y manipula la inteligencia y voluntad de los juguetes para someterlos a su despótico régimen de total autonomía: "No más niños, somos dueños de nuestro destino". Este pensamiento, este modo de obrar, constituye la perversión más profunda del ser-juguete. Es un volcarse totalmente hacia sí mismo, un exceso de amor propio, y un olvidar que han sido hechos para amar a un otro. 

Para concluir este disparatado artículo, no puedo dejar de hacer la transposición con nuestra existencia humana. La totalidad del ser-juguete planteada por Toy Story está perfectamente articulada con su hipotética inferior jerarquía óntica con respecto al ser-hombre. Del mismo modo que nuestra existencia, nuestra constante tendencia hacia la felicidad perfecta, no encuentra sentido sino en un amar a Otro y servirle en esta vida, Otro que, a-fortiori, no es indiferente a nuestra existencia, del mismo modo digo, los juguetes viven, existen para hacer felices a los hombres y, así, ser felices junto con los hombres. 
El hecho de que la historia de los juguetes sea maravillosa, nos ayuda a descubrir (o mejor: re-descubrir) que nuestra historia, esta tragicómica historia en la que estamos insertos, es aún más maravillosa. 
Y sin embargo, más allá de toda diferencia, juguetes y hombres coincidimos en algo sencillo y magnánimo a la vez: que ambos fuimos hechos para amar a un Niño.

martes, 22 de marzo de 2016

Comida, alegría y canciones





Allí, al final de la Batalla de los Cinco ejércitos, postrado y agonizante en un valle lúgubre y mortecino yace Thorin. Si, el gran Thorin Escudo de Roble, Rey bajo la montaña, que se jactaba de sus riquezas y del supuesto honor que éstas le concedían. Acercándose Bilbo, un hobbit de corazón grande sin dudas, le dice:

"Hay en ti muchas virtudes que tú mismo ignoras, hijo del bondadoso oeste. Algo de coraje y algo de sabiduría, mezclados con mesura. Si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, éste sería un mundo más feliz".
Esto es lo que relata Tolkien en "El hobbit" con una profundidad y una sencillez incomparables. El texto es, a mi parecer, manifestación del espíritu mismo del libro, y de los más hondos pensamientos de Tolkien.
La avaricia y una falsa concepción del poder ligada a aquel primer vicio habían corrompido el corazón noble de Thorin. Aquel primer anhelo de recuperar las tierras ancestrales, de honrar a los antepasados venciendo al enemigo presente que mancilla sus nombres fue opacado por el deseo ardiente y desmedido de poseer y guardar el magnífico tesoro escondido en lo profundo de la montaña. La montaña misma se transformó en una analogía perfecta del alma de Thorin: profunda pero oscura, sólo iluminada por los destellos pálidos de un tesoro abultado, pesado y frío. Así, recuperado de su insanía espiritual, se aventuró a la batalla y a pesar de salir victorioso quedó malherido. Agonizante, experimentando los límites estrechos de la muerte cercana, pronuncia aquellas palabras al hobbit. Palabras que deberían resonar para nosotros, hombres de nuestro tiempo, como un imperativo brutalmente humano de sanidad espiritual. Esto es, sin embargo, tan sólo una contextualización de algo que tiene carácter perenne.
La relación  entre el deseo desmedido de dinero y la insanidad psíquica no es algo nuevo. Es algo viejo, como viejo es el hombre. Algo que tiene raíces en las profundidades de alma humana.

Traigo este texto, y este breve comentario, a propósito de esta semana santa y, más específicamente, a propósito del Evangelio de hoy que es el de San Mateo 26, 14-25:

"Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: '¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?' Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. 
El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: '¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?' Él les dijo: 'Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos'. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. 
Y mientras comían, dijo: 'Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará'. Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: '¿Acaso soy yo, Señor?' Él respondió: 'El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido! Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: '¿Soy yo acaso, Rabbí?' Dícele: 'Tú lo has dicho'."
De este modo, Judas Iscariote, uno de los Doce elegidos por Jesús, fue establecido como el prototipo de todo hombre que da lugar exclusivo al dinero en su corazón, para desterrar de él antes que a Dios, a los amigos. El amor desmedido y puramente servil por el dinero es la contradicción irreconciliable del amor desinteresado e incluso sacrificial por los amigos. Y esto mismo es lo que dice Santo Tomás comentando aquellas palabras: '¿Qué quereis darme y yo os lo entregaré?'. Asi dice el Aquinate: "A causa del dinero se desprecia toda amistad, como se dice en Sir. 10, 9-10: 'Nadie hay mas criminal que el avaro ¿por qué se enorgullece el que es polvo y ceniza? Nada hay más inicuo que amar el dinero; pues este tiene su alma en venta; porque durante su vida echa lejos de sí a sus íntimos'." 
Desde Jesús, Verbo encarnado, Dios amigó a la humanidad con Él por fuerza de su amor. Y la amistad es un tipo de amor. O Dios o el dinero. No hay otra contradicción más grande en el orden de la vida espiritual. Mejor no esperar hasta el último momento para atesorar la comida, la alegría y las canciones en nuestro corazón. Pues la comida ya no es sólo comida, sino el Pan vivo bajado del Cielo. 

lunes, 22 de febrero de 2016

De abajo para arriba, de arriba para abajo






Hay algo magnífico que Chesterton hace aproximadamente 100 años supo ver con total claridad y que se repite en absolutamente todos sus escritos. Lo cierto es que la idea se manifiesta con suma claridad en "El poeta y los lunáticos". Hay ciertamente una cantidad de temáticas que se repiten en todos los escritos de Gilbert, precisamente porque estas hacían eco en su entendimiento penetrante, perspicaz y terriblemente intuitivo. Pero hay una idea, que a mi parecer es fabulosa, no sólo por su veracidad, sino por su fundamental verticalidad. Por ambas cosas: por ser fundamento, y fundamento vertical, vertebral. Es ésta idea, que vanamente podría yo intentar expresarla mejor que su mentor:

..."En realidad había estado haciendo el pino, apoyado sobre la cabeza, o mejor, sobre sus manos.
- Perdóneme -se excusó cuando la joven dama llegó a su altura-; suelo hacerlo porque es muy útil para un paisajista buscar perspectivas nuevas, ver el paisaje al revés, con la cabeza a la altura del suelo... Así contempla uno las cosas tal como son en realidad; es una verdad preclara, tanto en el arte como en la filosofía -quedó pensativo, como si meditase, y prosiguió-: Lo de ir erguido está muy bien, pero si sabemos que los ángeles vienen de lo más alto es precisamente porque cuelgan cabeza abajo. En realidad son los que tienen los pies en el suelo quienes andan con la cabeza en las nubes"...

Esta idea voluminosa a mi parecer tiene tres aspectos formales que Chesterton no sólo no ignora bajo ningún aspecto, sino que los hace inteligibles al lector: primero, que la novedad de las cosas no consiste en pretender construir algo de ellas que en verdad no son, sino en ver algo en ellas que por su diáfana evidencia y por nuestra ceguera no podemos percibir. La novedad de lo cotidiano consiste en su misma condición de cotidiano. Gabriel Gale puede ver un tigre en un gato y un dragón en un lagarto, pero no porque sea él un mago, sino porque las cosas son mágicas. Lo segundo, es que esta novedad sólo se adquiere viendo las cosas en su revés, y para verlas en su revés debe uno ponerse al revés. Las cosas muestran su magnificencia cuando uno se inclina ante ellas. Para ver la grandeza de las cosas debe uno hacerse pequeño. Este inicio de aceptación humilde de la condición preclara y diáfana de las cosas constituye el principio saludable de todo conocimiento. Esto vale "tanto en el arte como en la filosofía", al decir de aquel poeta. Los pies en la tierra, para afirmarse en las cosas mismas, la cabeza en la tierra para verlas en su magnificencia. Sólo así puede uno estar seguro de dejar vuelo seguro a su cabeza, si la afirma en sus hombros. No querrá perderla en el intento.
Ahora bien, ya decía que esta idea es vertebral, constituye el género de un conjunto jerárquico de formalidades. Aquello bien podría terminar así. Y ya está. Pero no, el poeta continúa con la imagen, y la idea culmina de este modo:

..."-¿Permite que le confíe un secreto?
Sonó entonces un gran trueno, un estallido fenomenal en el cielo que pareció llenar toda la tierra, y antes de que ella pudiera darle o no su consentimiento, el artista se puso a hablar en voz baja y tono grave, incluso en susurro.
- El mundo está cabeza abajo. Todos andamos cabeza abajo y hasta con la cabeza en los pies. Somos como las moscas agarradas al techo. Si no nos caemos es porque el milagro existe.
El restallido blanco de un relámpago cegó el crepúsculo; lady Diana experimentó una sensación aún más sobrecogedora al observar la seriedad con que se expresaba el pintor, su ceño duramente fruncido ahora...
... Recordará usted que San Pedro, de quien ya hemos hablado, fue crucificado cabeza abajo -dijo Gale-. Pues bien, no puedo dejar de pensar que su humildad innegable fue así premiada, con esa visión última, la más bella de su existencia corpórea, antes de que le llegara la muerte, San Pedro pudo ver el paisaje tal como es, las estrellas cual flores, las nubes como colinas... Y los hombres colgando a merced de Dios".
Y así, se hace inevitable la dualidad irreconciliable, la contradicción eterna: el mundo y el santo, la vanalidad y la humildad, la locura y la cordura. Ver las cosas no es ver en las cosas menos de lo que son, como pudiera pretender algún académico cientificista, un racionalista patentado, que hace del hombre un mono, del mono un perro, del perro una mosca y de la mosca un germen. Ver las cosas es verlas en su grandeza intrínseca. Pero esta puerta está cerrada y guardada cual tesoro precioso bajo la llave de la humildad. El hombre no puede olvidar que la cabeza que se infla con la razón estalla. La cabeza se infla cuando el corazón se infla. Así puede uno subir sus pensamientos a las nubes. Pies en la tierra, corazón ardiente, cabeza elevada. luego, al revés... "Y los hombres colgando a merced de Dios"...



miércoles, 3 de febrero de 2016

La sexta vía




Entrando en la cuestión de la demostración de la existencia de Dios, tema que hace un tiempo ocupa mis estudios, me encontré con algo de lo más curioso. Ciertamente que Santo Tomás no fue el primer filósofo que intentó demostrar la existencia de Dios, fue al menos uno de los que más explicita, sistemática, y abundantemente trató el tema.
Es común entrar al tema con el clásico texto de la Suma de Teología (I, q. 2, a. 3, c.) en donde se exponen las cinco vías para la demostración "de que Dios es" (an Deus sit). Ciertamente que hay otros escritos del Aquinate que nos refieren a dicho tema: la Suma contra Gentiles (que tiene una exposición sistemática sobre el tema), las cuestiones disputadas De Veritate y De Potentia, los Comentarios a las Sentencias y al Símbolo de los Apóstoles, como también el comentario al Prólogo joánico que tiene una elocuente formulación de la cuarta vía expuesta en la Suma de Teología. 

Ahora bien, lo que me llamó la atención estudiando el tema es encontrar una sexta vía. Esto, sin embargo, no es merito mío. La mente brillante de este brillante hallazgo es Etienne Gilson. Esto lo dice en sus Elementos de una metafísica tomista del ser (pág. 16), tratando el título "Deus est ipsum esse". Allí hace un desarrollo sucinto pero exquisito sobre lo expuesto en el Comentario sobre las Sentencias II, 1, 1, 1 y en Suma de Teología I, q. 65, a. 1, resp. En este ultimo texto el Aquinate a la pregunta "La criatura racional, ¿ha sido o no ha sido hecha por Dios?" responde:

"Pues si las cosas, entre sí diversas, coinciden en algo, es necesario que haya alguna causa de tal coincidencia, ya que las cosas diversas no coinciden entre sí por sí mismas. Por eso, cuando entre cosas diversas se encuentra algo común, es necesario que este algo tenga alguna causa. Ejemplo: los diversos cuerpos calientes tienen calor por el fuego. Todas las cosas, por muy diversas que sean, coinciden en algo común a todas: el ser. Por lo tanto, es necesario que haya un principio del ser por el que tengan ser las cosas, incluso las más diversas, tanto si son invisibles y espirituales como si son visibles y corporales".
Por otro lado, así discurre Gilson a partir de aquellos textos ya citados:

"Los diversos entes de los que se compone el mundo convienen todos en una cierta unidad, bien sea la de la especie o la del género. Todos convienen al menos en la existencia, es decir en el hecho de que son. Es necesario por tanto, que todos tengan un mismo y único principio de su ser:
'Unde oportet quod omnium istorum sit unum principium, quod est omnibus causa essendi'
Ya que el argumento consiste en probar la existencia de una causa única de todo el ser, la prueba de la unicidad de Dios se confunde frecuentemente con la de su existencia. La argumentación se muestra en toda su extensión en el Comentario a las Sentencias, II, 1, 1 ,1. Parte del hecho que la entidad, está presente en todas las cosas en diversos grados, más o menos según sus naturalezas: 
'Invenitur enim in omnibus rebus natura entitatis, in quibusdam magis nobilis et in quibusdam minus'.
Estas naturalezas no son el ser que tienen, puesto que se puede concebir siempre la esencia de una cosa sin concebir que es:
'Ita tamen quod ipsarum rerum naturae non sunt hoc ipsum esse quod habent; alias esse esset de intellectu cuiuslibet rei possit intelligi non intelligendo de ea an sit. Ergo oporet quod ab aliquo esse habeant'.
Remontando de causa en causa, se llega a un ser cuyo esse no tiene causa; a menos que se continúe al infinito, lo cual es imposible, oportet devenire ad aliquid cuius natura sit ipsum suum esse. Así se ha probado la existencia de un principio de todo el ser que es el Ser Mismo. Y no puede haber mas que uno, ya que la naturaleza de la entidad es la misma en todos los entes, al menos analógicamente hablando, esta causa primera debe ser una:
'Cum natura entitatis sit unius rationis in omnibus secundum analogiam; unitas enim causati requirit unitatem in causa per se; et haec est via Avicennae VIII Metaph., quasi per totum'..."
Y más adelante dice:
"Podemos preguntarnos por qué Tomás de Aquino no ha incluido esta prueba tan directa en las cinco vías o al menos como una sexta vía. La razón de ello tal vez esté en que no ha querido presentar en la Suma Teológica ni en la Contra Gentiles, más que pruebas de Dios cuyos fundamentos no fuesen reconocidos por todos los filósofos con autoridad en las escuelas. La composición de esencia y ser en la sustancia que esta prueba supone, no era admitida por los discípulos de Averroes..."
Amén de que todas las vías tienen algunos puntos fundamentales comunes (la estricta consideración metafísica-ascendente del punto de partida, una noción entitativa de la causalidad, etc.) todas concluyen en formalidades diversas de un mismo objeto material, de modo que no es trivial encontrar una o quizás más vías no explícitas o sistemáticamente expuestas por Santo Tomás. Esta sexta vía, sin embargo, es presentada no en una, sino en dos obras (Coment. sobre las Sentencias y la Suma de Teología) con diversos textos paralelos (C.G., II, c. 15; De Pot., q. 3, a. 5, c.; De Veritate, q. 29, a. 3, c.) muy esclarecedores, y que, además, establecen una afinidad muy peculiar con la Cuarta vía. No es menor tampoco la aclaración de Gilson: esta prueba no habría encontrado una feliz acogida entre sus coetáneos no adherentes al sistema filosófico-metafísico forjado por el Aquinas. Lo cual, sin embargo, no le quita su consistencia demostrativa. Esto quiere decir simplemente que Santo Tomás era tan coherente intelectualmente como cristianamente, pues toda demostración tiene por objeto último transmitir la verdad, y la verdad siempre tiene razón de bien. No hubiese servido de nada, ni hubiese sido cristiano, presentarlo a quienes no adhieren al punto de partida. 
Es notable que este, el punto de partida, sea una inventio propiamente tomista: la multiplicidad de entes unificados en razón de un esse común, si bien que individualmente diversificado. Esto que es constatable por los sentidos, siempre que penetrados por una inteligencia en las causas últimas, lleva a la concepción del esse como recibido en una potencia que es la essentia, y, por tanto, a constatar que el ente es un algo compuesto acto-potencialmente. Estos entes no son, sin embargo, su mismo ser (ipsum esse) por lo que es necessarium remontarse a una causa distinta del mismo ente en cuestión. 
Me parece gracioso que el termino "necesario" sólo sea utilizado por S. Tomás en dos materias: en la doctrina de la salvación (S.Th., I, q. 1, a. 1) y en las materias metafísicas (véase, por ejemplo, los textos de las vías: S. Th., I, q. 2, a. 3, resp.). Y que, por otro lado, los comentaristas y profesores que explican los textos tomistas abusen del necessarium en cualquier tratado. Eso me valió una vez el ser tratado de "sofista". Y tenían razón. Mi critico tenía razón. En materia moral (que es la que yo estaba tratando) no se puede introducir el termino "necesario" más que cuando se habla de las cuestiones últimas. Introducirlo en cualquier otra materia donde el intelecto no se aferra con fuerza en los primeros principios (filosóficos o teológicos) es improcedente. No es más que una simplificación a la imposibilidad de comprender el verdadero proceder racional de la materia en cuestión.
Ahora bien, la consideración de la causalidad en un sentido estrictamente metafísico es fundamental para una cabal comprensión de las vías. En esta y en la cuarta, lo es más. Todo ente que tiene el ser y, por tanto, lo tiene como recibido, es efectuado. Su dependencia en el ser actual y presente respecto de la causa da la ligazón por necesidad. Quitada la causa se quita el efecto. Y la causa tiene una preponderancia óntica: es ella la que comunica su perfección al efecto, perfección multiplicada en razón del tipo de perfección de que se trate y del principio potencial que la recibe. Si se trata del ser, sicut invenitur, la comunicación es indefinida. De allí que la causa que de explicación suficiente del ser multiplicado-compuesto de los entes deba Ser (dicho extensivamente: debe ser el ser, el ipsum esse.). Ahora bien, en razón de que aquella multiplicidad tiene un algo uno común (el esse) es que la causa debe ser de tal cualidad (ipsum esse) y que deba ser una, en razón de su perfección causativa, que se sigue de la perfección y unicidad de su ser. Es a partir de aquí que, demostrativamente, se sigue la pura actualidad del Ser, y no a la inversa como se dice generalmente en casi todos los manuales explicativos de las vías. Que Dios sea Acto Puro y, por tanto, el Ipsum esse se sigue de la noción de causalidad previa que hace de amalgama entre el punto de partida y la conclusión. Es en razón de que la causa en cuanto causa es acto que se puede concluir en un Acto Puro. Es en razón de que el ser es el acto de los actos y la perfección de las perfecciones y, por tanto, el acto máximamente común y comunicable causativamente que se puede concluir en la perfección  purísima e intrínseca de una única causa.
Así es como se concluye en la existencia de un Uno que es Ipsum Esse que es al que todos llaman Dios. Claramente el aspecto formal no coincide con ninguna de las otras vías, amén de que sí coinciden en un eje ramal que es la noción de esse y causa y que hacen concluir, al menos potencialmente, en un Ipsum Esse. La diferencia, a mi parecer, es que en esta sexta vía esa formalidad no está implícita en la conclusión, sino explícita junto con el atributo de Unidad de aquel principio del ser. Conviene, sin embargo, a un tratado más riguroso el explicar si, en todo caso, esta vía sería un intermedio entre la tercera y la cuarta, o la cuarta y la quinta, o simplemente una vía exclusiva en atención a la gradación metafísica que da Santo Tomás a su tan conocida exposición en S. Th., I, q. 2, a. 3. 
Ciertamente que no toda la vida alcanza para leer, estudiar o investigar sobre todos los asuntos de filosofía. Un amigo dijo una vez, con más sorpresa, que no alcanza toda la vida para leer, estudiar o investigar a Santo Tomás. Y tenía toda la razón.

martes, 2 de febrero de 2016

Los diálogos de Atanasio Plavón III: El cuento de lo inefable


El cuento de lo inefable







Allí seguían ambos. Después de largo rato de conversar. Hace tiempo se reúnen, eso hacen los amigos.  Me es muy difícil comprender lo que decís Atanasio, dijo Agustín. Atanasio aguardó unos segundos, con una mirada penetrante en el vacío. Con voz grave y lenta dijo: Es difícil de comprender porque no se puede comprender, apenas esto te puedo contar, porque los cuentos transmiten misterio, y al misterio a veces le cabe más la fe que el entendimiento:

"Había una vez, en un jardín muy agradable, unas plantas muy alegres y sencillas, que regalaban a la cigarra cantora lo mejor de su aroma y sus colores. 'A ella damos lo mejor de lo nuestro, lo mejor de lo que tenemos'. La cigarra se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvía con lo mejor de su canto. Canto que superaba con creces aquellos aromas y colores.
La cigarra, a su vez, junto con el buen sapo y las aves regalaban su cantar al hombre. 'A él damos lo mejor de lo nuestro, lo mejor de lo que tenemos'. El hombre se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvía con lo mejor de su canto. Canto que superaba con creces las melodías de los buenos animales.
El hombre, a su vez, regalaba lo mejor de su canto al buen Dios. 'A Él doy lo mejor de lo mío, lo mejor de lo que tengo'. Dios se deleitaba con humilde alegría en dicho regalo, que a su vez devolvió no con muchos, sino con un sólo canto. Canto que superó con creces todo canto que el hombre le hacía. Y así, Dios dijo al hombre: 'Este canto lo regalo, y este canto es viejo. Y es viejo, porque hizo todas las cosas. Las hizo y las hace, porque hace nuevas todas las cosas. Las hizo nuevas una vez, y las renueva cada día. No pretendas comprenderlo, porque es misterio. Pretende antes amarlo, porque te ha creado'."

Y Agustín se fue con un gusto agridulce, pero alegre. Es el gusto agridulce del misterio, que aunque no se penetra por el entendimiento alegra el corazón. Algo, sin embargo, había comprendido. Comprendió que el Verbo y el ser tienen algo en común: ambos son inefables.