A veces me da cierta gracia y hasta curiosidad las contradicciones cotidianas de la gente cotidiana. Por antaño Chesterton creía un imposible la locura ideológica del hombre común. Hoy hay que decir que es una segunda naturaleza ya establecida en todo el mundo. La transmisión global de las comunicaciones favorece la difusión de las estupideces, que penetran con cierta facilidad en inteligencias poco afectas a los sentidos y al tacto de los primeros principios evidentes. El orden natural brilla por su ausencia en la inteligencia del hombre común. Y ni que decir del sentido profundamente teológico del mismo. Ni que decir.
El hombre común, sencillo y silvestre, vive sin cuestionarse. Y muchos modernos ya lo habían avisado. Por allá se avisaba que el hombre moderno estaba perdiendo el sentido crítico. (Yo comento que lo perdió a fuerza de considerar que es lo único que existe. El racionalismo exterminó la razón.).
Mas yo digo que el sentido crítico es ya un viejo fósil, un lindo recuerdo de museo que los chicos de la secundaria pueden visitar una vez al año.
¿Y a qué va todo esto? A una cuestión no menos curiosa, a propósito de las elecciones aquí en Argentina. Todo el país se moviliza por motivo del ejercicio de la votación. Y acá no me interesa hacer objeciones filosóficas sobre la democracia moderna, sobre su fundamento y su adecuación o inadecuación al orden natural. No. Lo que me parece curioso, más curioso y fundamental que aquello, es que se ha perdido de la tópica común del hombre común el considerar la bondad o malicia, e incluso la eficacia o ineficacia de los gobernantes. Ni siquiera se considera si es capaz o incapaz para el acrecentamiento económico y material del país. Ya ni eso. La gran mayoría vota al mal menor.
Hay una cantidad considerable de gente que vota por la militancia al partido. Otros, también minoría, votan con cierto interés fundados en alguna que otra razón generalmente infundada. Otros, con tacto ponderativo, consideran a uno o a otro en orden al bien económico del país. Pero la gran mayoría no tiene ni la más puta idea de para que vota o vota al que menos afana.
Ya se hizo costumbre el robo.
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