domingo, 26 de julio de 2015

Dios, el hombre y la palabra






Ahí, al pie de un sauce, de ramas ligeras que motean los rayos del sol, está el gaucho cantor. Y de entre los versos que salen de su voz están estos:


"Dios formó lindas las flores,
delicadas como son,
les dió toda perfeción
y cuanto él era capaz
pero al hombre le dio más
cuando le dió el corazón.

Le dió claridá a la luz,
juerza en su carrera al viento
le dió vida y movimiento
dende el águila al gusano
pero más le dio al cristiano
al darle el entendimiento.

Y aunque a las aves les dio
con otras cosas que inoro,
esos piquitos como oro
y un plumaje como tabla,
le dió al hombre más tesoro
al darle una lengua que habla."
(Martin Fierro, vv. 2155-2170)

Y más adelante canta el hijo mayor de Martin Fierro sus penas y desgracias. Y estas canta él, contando los sufrimientos de la carcel y el castigo:

"La justicia muy severa
suele rayar en crueldá;
sufre el pobre que allí está
calenturas y delirios,
pues no esiste pior martirio
que esa eterna soledá.

Conversamos con las rejas
por sólo el gusto de hablar;
pero nos mandan callar
y es preciso conformarnos,
pues no se debe irritar
a quien puede castigarnos.

Sin poder decir palabra
sufre en silencio sus males,
y uno en condiciones tales,
se convierte en animal,
privao del don principal
que Dios hizo a los mortales.

Yo no alcanzo a comprender
por qué motivo será
que el preso privado está
de los dones más preciosos
que el justo Dios bondadoso
otorgó a la humanidá.

Pues que de todos los bienes,
(en mi inorancia lo infiero)
que le dio al hombre altanero
su Divina Majestá,
la palabra es el primero, 
el segundo es la amistá."
(La vuelta de Martin Fierro, vv. 1995-2020) 

Y al dictado de la experiencia impregnada de Fe, le dice su sentido que el primero y más grande de los bienes recibidos es la palabra. Y el segundo es la amistad. 

La palabra... no la ciudad ni la política, no la autoridad, no la filosofía ni el amor, no la amistad que está en segundo lugar, no la familia, no el orden, no la libertad, no el saber o el entendimiento, no la ciencia ni la voluntad, no el alma. La palabra... 

Y claro. Si el carcelero sabe hacer sufrir, es porque sabe qué hace feliz al condenado. Por opuestos. No hay que ser genio. Y lo priva del habla, de la comunicación, de la expresión, de la palabra.

Si, pero el problema no es como llega a dicha conclusión. Poco importa si es por experiencia directa o positiva, indirecta o negativa. Si es en la felicidad o en el sufrimiento. Lo que importa es la cosa. Lo que importa es la palabra...

lunes, 20 de julio de 2015

Amans amare


Si se puso uno a pensar en lo que decimos cuando decimos "filosofía" entendemos que no entendemos mucho lo que decimos. Y gracioso se pone cuando uno dice "amo la filosofía". No sabe uno que dice mucho con eso.



A veces me sale una risa (interior o exterior dependiendo de con quien hablo) cuando hablo o pienso en lo que se enseña en aquella solitaria materia del secundario raramente llamada "Filosofía". Digo raramente, porque no se me ocurre que puede tener de igual enseñar una historia de la filosofía y la filosofía más que unos cuantos nombres de hombres que ejercieron en mayor o menor grado la filosofía. Palabras más palabras menos, ese no es el caso. El caso es que a los alumnos de sexto año de secundaria y a los que estuvimos en institutos de filosofía se les dice academicamente que la filosofía es "filos-sofía", es decir, un "amor a la sabiduría". La tradición nos dió ese nombre, filosofía. Y filósofos a los que participan de aquella. Si, y eso está bien. Pero, ¿se detuvieron a pensar tan sólo un segundo que significa eso? 



Les recomiendo que se detengan a hacer un panorama fenomenológico de la cuestión: pregúntenle a cualquier persona que se crucen qué piensa que es un filósofo y qué piensa que es la filosofía. Les van a decir: "es un tipo que piensa", "alguien que enseña a pensar", "un hombre que lee mucho" y cosas así. Pero aquél termino no nos dice precisamente eso... nos dice algo distinto.

Nos dice que filos-sofar es, principalmente, "amar". ¡AMAR! Si, amar. El filósofo es un amante, un enamorado. Y el enamorado busca intensamente lo que ama. Y el filósofo busca el saber. Ama el saber. Esa es su nota determinante, su esencia, su vida. Amar. 

Y a tal punto es determinante que no puede saber el que no ama. ¿Porqué? Porque el amante, si es verdaderamente tal, tiene dos notas fundamentales: la búsqueda constante y ardiente, y el servicio, la entrega y hasta el sacrificio por aquello que ama. Para lo cual se adhiere una subnota esencial que es la humildad, el abajamiento con respecto a aquello a lo que sirve y en virtud de lo cual puede crecer en aquello a lo que tiende (porque el que se cree completo en esta dimensión ya no puede adquirir saber alguno).

Pero no es más sencillo “saber amar” que “amar el saber”. Y si, como decía Aristóteles y luego S. Tomás, amar  es buscar el bien del otro, ¿qué bien puede procurarse al saber? ¿Qué bien se le puede hacer? No puedo uno consolarlo en la tristeza, o visitarlo en su día de cumpleaños, o darle consejos. Pero puede uno comunicarlo. Dar a conocer a los demás su grandeza, su profundidad y belleza. A la búsqueda de perfección propia se le añade como nota esencial y radical la de comunicar aquella perfección a la que uno tiende, que es el saber. No puede uno amar el saber, y no amar enseñar. Amar el saber, y enseñar aquello que se ama son hermanos gemelos, y hasta me atrevería a decir que son una y la misma cosa. Amar enseñar. ¿Para mostrar la propia grandeza? ¡No! Para comunicar el bien, para amar sirviendo, para servir amando al saber.

Pero claro, cuando se ve la cosa de lejos y en medio de una conversación (con alguien más o consigo mismo) puede uno decir: “Yo amo la filosofía”. Y esto no es más sencillo que aquello. Tampoco. Eso implica amar un amor. Amar amar. Amar amar el saber. ¿Se puede amar amar? ¡Claro que sí! “Potest velle se velle”, dice Santo Tomás (S. Th., II-II, 24, 2). Y cuenta San Agustín (Conf. III, 1) que en Cartago, enamorado del amor, buscaba qué amar. Claro que se puede amar el amor. Claro que se puede amar la filosofía.

Y así es la cosa. Amando se sabe, sabiendo se ama. Y termina uno amando el amor por el que sabe, y sabiendo el saber por el que ama. Bueno, algo así. Usted me entiende. Creo.

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Nota: el dibujado es Pitágoras.