Tiempo atrás hablé ya de este asunto que a mi parecer constituye una de tantas características del manejo político moderno a nivel mundial (aparte de la falta de grandes ideales, mediocridad, conformismo y hasta perversión moral, falta de criterio teórico de las cuestiones "políticas", no-planeamiento a largo plazo, un materialismo financiero recalcitrante, y un largo etc.). Hace unos días volví a confirmar que el dogmatismo ideológico está vivo y presente en nuestro país al enterarme que, por ley, debe hablarse de los 30.000 desaparecidos. Pero el problema va más allá. Más allá de esto, el problema es otro. El problema no es cuantos fueron, sino que no se puede discutir cuantos fueron. El error siempre va a existir. El problema es que no se pueda corregir al que, se considera, está errado. Errar es humano, pero prohibir corregirlo es inhumano. Pues buscar la verdad, buscar su existencia en las inteligencias que nos rodean, tiene por contracara erradicar el error en esas mismas inteligencias.
Los políticos, sus voceros, e incluso los medios de comunicación hablan hasta el hartazgo de libertad de expresión, pero se la permite siempre y cuando sea conveniente a los intereses de aquella minoría. Se es libre de jugar al fútbol, pero en la cancha delimitada por dos o tres observadores. El liberalismo es una ideología y en cuanto tal es, irónicamente, una esclavitud mental. El liberal siempre se somete a los dictámenes de la practicidad del "hoc et nunc". Y si mañana hay que obligar a afirmar que no fue San Martin el que cruzó los Andes sino Mariano Moreno por que constituye una decisión práctica de algún modo, entonces así será. Si mañana hay que obligar a afirmar que Sarmiento era panadero y no un masón liberal con fobia al gauchaje porque es más práctico, entonces así será. La verdad, y la búsqueda de la verdad, son esposadas por el pragmatista de turno. Llámese Macri o Cristina, Vidal o Fernández, Larreta o Scioli, Populista de izquierda o liberal de centro-izquierda. Da igual. Todos ellos son fideístas a su modo. Pero a diferencia de Orígenes, sólo lo son bajo el llamado de la adulación populachera, la codicia materialista, la cobardía política y la perversión ideológica. Aquel, al menos, buscaba la verdad y corregía al que erraba. Aquel al menos era verdaderamente libre de amputarse el miembro que quisiera. Aquel al menos era feliz en la libertad de la búsqueda de la verdad, aunque incluso errara por el camino. Porque estaba seguro de hacerlo por un fin noble como es llegar al cielo. Quizás sea mejor ir al cielo sin una mano que sin la cabeza.