Los hombres (o la mayoría de ellos, claro está) pueden hablar, sentir, pensar. Y en este mundo en el que vivimos somos los únicos seres bípedos capaces de hacerlo. Los ángeles, técnicamente hablando, no tienen piernas (muchos teólogos autorizan dicha proposición). Pero imagínense por un momento qué sucedería si los juguetes también pudiesen hablar, sentir y pensar tal y como nosotros lo hacemos. No me reprochen tal disparate: si Tolkien pudo imaginar toda una cantidad de seres parlantes tales como los Valar, los Maia, Elfos de todo tipo y colores, Orcos, Hobbits y Ents, denme el derecho a imaginar que en verdad los juguetes hablan.
Este disparate (magnífico disparate) es el representado en las peliculas "Toy Story". Hay muchas cosas que me parecen magníficas de esas películas, pero la cosa mas sorprendente es su brutal realismo para considerar e imaginar a la noble raza de los juguetes.
En todo el entramado histórico-personal de las películas hay una multiplicidad de temáticas que se repiten y que son planteadas fabulosamente.
En primer lugar, los juguetes son juguetes. Nada mas que eso. Productos del arte humano con el noble fin de divertir a los niños, de permitirles desarrollarse psico-espiritualmente y de constituir el futuro recuerdo saludable de la infancia. Toda la tensión tragicómica, las dificultades, las tristezas y las alegrías, son vividas por los juguetes como un tender hacia un fin que tiene razón de bien: ser usados por los niños para jugar, para divertirles, para vivir alegremente con ellos su infancia, hasta el doloroso (y alegre) momento de la madurez del niño.
El juguete sólo es plenamente feliz cuando juega con el niño, y cuando el niño juega con él. Lo cual implica, sin embargo, un auto-reconocimiento del ser juguete. Es lo que le sucede al gran astronauta Buzz Lightyear. Cuando arriva en la habitación de Andy (en la primera de la trilogía) aún no sabía que era un juguete. Poco a poco comienza un proceso conflictivo consigo mismo, y en relación con los demás juguetes, que concluirá con la angustia vivencial de reconocerse juguete. Angustia que, por otro lado, sólo es plena de sentido cuando entiende que ser juguete es también ser capaz de felicidad: su felicidad, su fin último, está en hacer feliz a Andy.
En segundo lugar, todos ellos, todos y cada uno de los juguetes son un regalo. Entran en el mundo-juguete y se insertan en la comunidad de los juguetes como un don. Todos los demás juguetes esperan con ansias el maravilloso momento en el que un juguete es regalado al niño. Aunque a veces algunos también los esperan con envidia egoísta , con el trágico sentimiento de ser reemplazados. Esto es lo que le sucede a Woody cuando aparece Buzz en el cuarto de Andy. Y ante tal sentimiento (terrible sentimiento) ¡intenta matarlo! Y por eso es sancionado por sus amigos. Aunque más adelante Woody descubrirá que Andy no deja de amarlo por que éste ame también a Buzz.
En tercer lugar, la vanalidad de desviarse en la búsqueda del fin último constituye una degradación moral del ser-juguete. En la segunda película el vaquero Woody descubre que en el pasado había sido un juguete famoso. El mismo tenía toda una linea de artefactos y juguetes con su temática vaquera: toca-discos, ropa, y hasta un programa de televisión. Así, luego de conocer a Jessie la vaquera, al caballo "Tiro al blanco" y al "oloroso Pit" tiene la oportunidad de pasar el resto de sus días en un museo, con toda la pompa de un juguete famoso, luego de ser vendido por el compulsivo coleccionista Al McWhiggin. Sin embargo, al encontrarlo sus amigos (los otros juguetes de Andy), luego de ser secuestrado por Al, tiene un diálogo fantástico con Buzz:
Buzz: -Woody tenemos que irnos ahora.Rex: - ¡Al quiere venderte a un museo en Japón!Woody: - Ya lo se, no pasa nada Buzz, yo quiero ir con él. Casualmente hay muy pocos vaqueros como yo, y ellos son mis compañeros (refiriéndose a Jessie, Pit y Tiro al blanco).Buzz: - Woody, ¿de qué estas hablando?Woody: - ¿De qué estoy hablando? ¡Es increíble! ¡Tenía un "Rodeo" en televisión, y yo era la estrella! (Prende el televisor) ¡Ven eso! ¡Miren! ¡Mírenme! ¡Soy yo! Buzz, yo era todo un fenómeno y tenía tanta mercancía con mi nombre, ¡Lo hubieras visto! Un toca-disco y un yo-yo... Buzz, ¡Yo era un yo-yo!Buzz: - Woody no digas tonterías y vámonos.Woody: - (Suspira) Buzz, entiéndelo. Nunca los abandonaría aquí. Soy la llave de entrada al museo. Sin mí, volverán a una caja. ¡Tal vez para siempre!Buzz: - Woody, no eres coleccionable. Te usan sólo para jugar. ¡Eres-un-ju-guete!Woody: - ¿Pero dime hasta cuando? Si me rompo Andy se deshace de mí, !¿qué hago entonces Buzz?¡ ¡¿Eh?! ¡Tú dime!Buzz: - Un juguete me enseñó que antes que nada la vida no tiene sentido si no eres amado por un niño. Estoy aquí para rescatar a ese juguete. Pues, creo en sus palabras.
Ante la posibilidad de la fama, el goce en la admiración de uno mismo, el egocéntrico sentimiento de vana auto-satisfacción, y la postrera intervención de sus amigos para exhortarlo a reflexionar, Woody re-descubre su vocación, el fundamental llamado de su esencia: amar y ser amado por un niño. Y no por cualquier niño, sino por su niño: ¡Andy! Y lo mismo sucede a la inversa, porque, ¿a cuántos de nosotros no nos pasó también lo inverso? No importaba cuantos juguetes podamos tener, queríamos ese juguete en particular. Y si se perdía, nos sentíamos tristes.
Todo esto, todo este magnifico entramado de relaciones en una historia más que creativa, tiene también sus momentos trágicos: juguetes rotos o perdidos en las mudanzas, vendidos en las "ventas de jardín", juguetes que abandonan a su niño, niños que abandonan a sus juguetes. Y esto nos lleva al cuarto punto, muy relacionado con el tercero: el vano y quimérico intento de autonomía total. Esto es lo que nos muestra la tercera película con la aparición de un oso tiránico llamado Lotso. Este oso con olor a frutas, luego de experimentar el accidental abandono de su niña, llega a la guardería "Sunnyside" y manipula la inteligencia y voluntad de los juguetes para someterlos a su despótico régimen de total autonomía: "No más niños, somos dueños de nuestro destino". Este pensamiento, este modo de obrar, constituye la perversión más profunda del ser-juguete. Es un volcarse totalmente hacia sí mismo, un exceso de amor propio, y un olvidar que han sido hechos para amar a un otro.
Para concluir este disparatado artículo, no puedo dejar de hacer la transposición con nuestra existencia humana. La totalidad del ser-juguete planteada por Toy Story está perfectamente articulada con su hipotética inferior jerarquía óntica con respecto al ser-hombre. Del mismo modo que nuestra existencia, nuestra constante tendencia hacia la felicidad perfecta, no encuentra sentido sino en un amar a Otro y servirle en esta vida, Otro que, a-fortiori, no es indiferente a nuestra existencia, del mismo modo digo, los juguetes viven, existen para hacer felices a los hombres y, así, ser felices junto con los hombres.
El hecho de que la historia de los juguetes sea maravillosa, nos ayuda a descubrir (o mejor: re-descubrir) que nuestra historia, esta tragicómica historia en la que estamos insertos, es aún más maravillosa.
Y sin embargo, más allá de toda diferencia, juguetes y hombres coincidimos en algo sencillo y magnánimo a la vez: que ambos fuimos hechos para amar a un Niño.